Era sonrisa todo y buen hacer en la poesía, por eso ha publicado infinitud de libros de poemas. Por eso ha tenido infinitud de amigos y compañeros de letras. Era poeta de raigambre en la tierra, no podía olvidar ni negar que era hijo de agricultor, esa profesión que su madre no quería para él como nos dejó escrito en uno de sus relatos, porque no le gustaba que “el golpe de la tierra” le marcara los pulsos, y así lo recuerda como recuerda su infancia en Piedrabuena. “Somos lo que quedó del niño que fuimos” nos dirá el psicoanálisis, la psicología más cercana a un poema, al cobijo de la memoria, y allí se queda Nicolás a veces en su infancia manchega.
Después Nicolás del Hierro crece y se sitúa al borde de la luz, “al borde casi”, se siente menos protegido que en el primer poema de su primera infancia, es un joven de pueblo en busca de la luz y del sol y a veces lo encuentra. Luego llegarán los ecos de la guerra y el color plomo lo cubrirá todo, “Color plomo”.
Se echa de menos el agua en sus poemas, se desea que llueva para que desaparezca la soledad y el polvo y renazca el amor. “Si lloviera…” Esa lluvia fina de primavera acompaña de nuevo a los sembrados y Nicolás crece con ellos al tiempo que las flores y los valores se escriben con mayúscula: “Fe, Solidaridad, Amor, Ternura…” La primavera está en la retina y ya no le importa al poeta marcharse del lugar.
El poeta se entristece rodeado de vida, de gente en “Hoy estoy triste”, rodeado de vida, observando la calle, con la pluma en la mano, escribiendo su tristeza pasajera. Viendo cómo la vida no siempre es alegre a ojos del poeta. El poeta se señala el lado izquierdo de su cuerpo y es el punto importante para construir todo un futuro, continúa con la metáfora del andamio y el cimiento seguro, que es en realidad el bien, el futuro y la esperanza. En ese punto se puede sembrar todo.
El poeta tiene la esperanza de amar, cosa que siempre hizo, pero tiene deseos de libertad, amor y libertad en “Este caer de rotos pájaros”, otro libro más de Nicolás. La mitología se le acerca al poeta en “Muchacha del sur”, en un Olimpo nuevo dulce y de fantasía. “Venías, tras el reencuentro con los peces / limpia, oliendo a sal y agua marina,”
La música y el tiempo se mezclan en el mundo y el poeta lo observa con su mirada envolvente en “Oyendo a Strauss” de “El color de la tinta”. Y de nuevo la luz cegadora de la infancia se le hace presente en “Esta luz que me habita”, es como si firmara su despedida, luz y poesía, vida y sueño, vuelta al origen de la luz.
No he hecho sino rememorar los poemas de Nicolás del Hierro seleccionados por su amigo y paisano el poeta Francisco Caro.