No. Aparentemente no tiene nombre, si es que eso importa algo, aunque estábamos acostumbrados a bromear con que alguna borrasca eligiera el nuestro pero sin ser dañina; sin embargo, todos la reconocen como la DANA del siglo XXI, o tormenta subtropical llamada ex-Patty.
La de cantidad de palabras horrorosas que nos ha traído la maldita “depresión aislada en niveles altos”, referidos a la atmosfera, a la troposfera. Hay otras palabras menos horrorosas que definen una DANA. Es una gota fría, tiene un origen alemán que significa “gota de aire frío”, así la llamó también el meteorólogo Mariano Medina. Sin embargo, aunque Dana se refiere al acrónimo, en sí misma se utiliza para rendir homenaje al doctor en Ciencias Físicas, al meteorólogo Francisco García Dana (1922- 1982), quien fuera Jefe de Predicción del Instituto Nacional de Meteorología.
Pero antes de esto, deberíamos anotar frases y palabras que se quedan en nuestros oídos y cerebros, palabras biensonantes o malsonantes que a fuerza de escucharlas se suman a nuestro vocabulario. Frases dichas en un momento dado y con razón, aunque ni la razón nos asiste en este desasosiego. Esta criminal DANA debería ser más tutorial, pedagógica y práctica, al menos en lo que concierne a los medios de comunicación que han sido héroes al llegar los primeros y comprobar de primera mano cómo el pueblo aprende a defenderse en la adversidad para mejorar en otra futura DANA, que la habrá, porque así es la naturaleza y el error de los hombres, para no aceptar excusas de inacción de sus gobernantes ni escuchar estas frases y palabras:
“El pueblo salva al pueblo”, y aparecen cuadrillas de jóvenes que se lanzan a caminar sin nada, ayudando a los afectados, sólo con sus pies y manos de barro.
“Para que os hagáis una idea” ha sido una coletilla común de los periodistas de la televisión, y ¡claro que nos hemos hecho una idea de lo acontecido!, gracias a su gran labor.
“Embarrados”, otra palabra usada que viene a describir el malestar reinante, hasta los mismos Reyes llegó el barro asesino, asqueroso y justiciero. Un barro que señaló todas las casas, todos los coches, todos los rostros, todas las personas. “Barriendo el mar” para definir la inutilidad de arrastrar el barro o mover el agua con pocos medios. Los dramáticos “inventarios” de viviendas y garajes. La “desolación” de los llantos sin lágrimas. Las personas durmiendo “al raso” con la palabra “ayuda” multiplicada en su boca. La vuelta a la “mascarilla”, por el lodo. Las personas “agarradas” a los árboles y plantas.
No saber lo de los “colorines” de las alertas, ni su equivalencia, no tener información, e ir cayendo en la trampa, natural o artificial, donde el hombre tropieza una y otra vez en los insalubres y peligrosos “barrancos”. Y lo peor de todo, soportar el “duelo de los seres queridos” fallecidos, sin estar presentes, en medio de esta vorágine de despropósitos, fallos e ineptitudes.