Mal lo tienen los jóvenes, algunos sin objetivos, sin trabajo, sin ingresos, sin casa, sin emancipación, sin poder vivir en pareja, o sin poder casarse, y sin ánimo o disposición para criar hijos, si es que se animan a tenerlos, vaya, sin futuro, con miles de dificultades para seguir sobreviviendo en esta situación extraña.
Mal lo tienen cuando ni el deporte para algunos les sirve de desfogue de sus numerosos problemas, y no son capaces de discutir aún con el bozal de mascarilla que les impide hablar con normalidad.
Mal, muy mal, porque al menos antes el servicio militar para el varón, del que soy la primera en aplaudir que no se sirva al Estado ya en aquellas condiciones, al menos de esa forma, con jóvenes forrados de armas hasta el cogote, debiendo prescindir de un año de sus vidas que les dejaría marcado en su pasado, ya sea para contar al menos sus batallitas de “dices tú de la mili…”, a algunos les gustaba. Para las chicas en cambio. estaba el servicio social en guarderías, y otros cuidados de personas, aunque fuera solo para sentirse bien con esos trabajillos sociales, ¡anda que no los realiza la mujer durante toda su vida!, y luego, ya formados todos, a la vida personal y particular de cada uno.
Poca dialéctica, entendida como debate y argumento había, y mal que lo pasaban muchos. Poco diálogo y razón y poco principio que no fuera el ordeno y mando. Pero después, el arte de discutir, si lo hubo, se apagó. En los últimos años, se ha pasado de intentar discutir en asambleas, daba gusto ver y oír a muchos jóvenes debatiendo sus problemas, respetando la afrenta de una posible oposición con sus razones de quienes no pensaban como ellos, aunque tuvieran su misma edad.
Actualmente, hay enfrentamientos donde existe la dialéctica de las armas, y la de los vencedores y vencidos. Es de suponer que muchos de los jóvenes que rompen, roban, saquean, hieren o insultan no debaten ni se forman en debate alguno, las redes y sus anonimatos les han dado alas, como dice el refresco, para expresar lo peor del ser humano, pero aun así, las palabras garantizando una sincera libertad de expresión es una cosa, y las batallas campales de algunas pandillas de jóvenes son otra.
Si sufrimos errores de los gestores y gobernantes, que son muchos y a prisa, eso no se duda, debemos hacernos inteligibles, asertivos y optar por procesos de diálogo, incluso en Europa, acudir a quien nos defienda, por las buenas, o incluso derecho a no decir nada si la afrenta es grave y hace daño y va contra nuestra supervivencia.
Hablar o escribir, si de verdad nos lo permiten libremente, si es válido para las personas y no para las bestias. Dejarse de vandalismos sin tesis, ni antítesis, sin verdades ni teoremas filosóficos que nos destruyen en las mejores edades. Y elegir siempre la palabra.