Nada es lo que parece en la primera semana del virus coronado y monárquico, que se ha hecho el rey del mundo. Si hace apenas tres días decía a los alumnos que guardaran un metro en el aula y pasaban de ti, totalmente incrédulos, incluso dejaban de visionar el vídeo que las autoridades educativas recomendaron, ahora me acaban de informar del sepelio de un joven con todos los ingredientes kafkianos que nos podamos imaginar en uno de nuestros pueblos, sin haber fallecido precisamente del maldito virus.
Entre tanto, queda lejísimos el extraño claustro de profesores al sol del patio del instituto, donde dijeron que el teletrabajo era una opción y que en próximas semanas no habría clases presenciales. Quedó lejana la reunión congelada de docentes para escuchar al político explicando la suspensión de clases. Todo quedó lejano, pero los memes soltaban sus caricaturas con chistes a gogó, para amenizar los encierros en casa. Memes simpáticos que hacen reír, o memes pesados y repetitivos de amargas carcajadas que llevan al hartazgo de teclas y pantallas por los cientos de mensajes recibidos.
Da la sensación de que los gobernantes, con corbata o sin ella, comparecen sin fecha ni consigna, rutinariamente, de repente… Lo que se dice ahora, no vale para el próximo minuto, dudo si en este momento escucho al presidente del gobierno hablar, será importante y tremendo lo que dice, no lo dudo, pero irreal, porque nuestro intelecto ya no puede albergar tanto cambio en esta extraña adaptación hacia lo miserable.
Piensas en personas que trabajan al cuidado de otras y sales al balcón a aplaudir con tu hijo, te emocionas, ves que compañeros y amigos, ofrecen piezas musicales, poemas, relatos, conversaciones telefónicas, y hasta tú piensas en los niños que poco a poco se adaptan a las nuevas costumbres que la malvada enfermedad exige. Paciencia y saludos con el codo, incluso sin él, eso también quedó obsoleto.
Finalmente, cesaron los memes, el humor solo fue un mecanismo de defensa, el más leve y amargo se cambió por humano miedo de consuelo. Tenemos la sensación de que nada es real, y que aunque así fuera, mañana habrá mil detalles que nos harán ver que los días de encierro son distintos e irreales. Tenemos las ciudades cual islas que diría mi amigo poeta Joaquín Brotons, quizá perfectas para la creación, para fotos y pinturas “antoniolopezianas”, como si hubiera caído una nevada de soledad y responsabilidad, mejor aferrarnos a ello, que preguntarnos sobre esta real irrealidad.
Los familiares nos comunicamos a través de unos pocos metros o de miles de kilómetros, porque así nos pilló el mundo movilizado en este marzo, ahora, quienes pueden vuelven a sus casas de pueblo o de playa, ni siquiera buscan un consuelo de olas. Hay poetas que vuelven a su patio, familia, raíces… No sabemos qué hacer con el trabajo, los padres, los hijos, lo urgente, lo nimio, lo necesario, si dormir, si comer, si pensar, si vivir… Tiempo extraño.