De vez en cuando vale la pena pararse en el papel, hojearlo, disfrutarlo, salir de las pantallas que nos rodean y aprisionan a golpe de pitidos, volver al papel que se ha quedado en cierta reivindicación ecologista, pero que tantas satisfacciones nos da siempre desde los sentidos en nuestro contacto con los libros, desde la vista, olfato, oído, tacto…
Leo muy sensorialmente uno de los libros de poemas de Isabel del Rey, su rugosidad, colorido, mensaje, olor aún a nuevo, y me doy cuenta que es toda una vida dedicada a la docencia de la que no puede escapar aunque quiera, suele ocurrir que las pasiones nos enfrentan y complementan, las hacemos nuestras, les hacemos un hueco común, porque así ha de ser cuando las emociones nos rodean y se hace imposible separar nuestra vocación de nuestra profesión o viceversa, por darle más importancia a uno u otro aspecto. Eso es lo que creo que le ha pasado a la poeta de La Solana, ofreciéndonos poesía y docencia unidas, como tantas veces en la historia de la literatura que nos lleva a pensar en un Machado y su “monotonía de la lluvia en los cristales” al hablar de su Recuerdo infantil, en un Fray Luis de León diciendo lo de “Decíamos ayer”, en una Gabriela Mistral hablando sobre educación dentro y fuera de Chile en su “Magisterio y Niño”, y tantos otros…
Versos de escuela, se llama, y fue publicado por Ediciones Soubriet de Tomelloso, con ilustraciones de Olga del Rey Echevarría, comienza con dedicatoria a padres y maestros, educadores, y una cita del filósofo Fernando Sabater que adjetiva al educador como el gremio más necesario, esforzado, generoso y civilizador de la democracia.
Felicidad Manjavacas y Paquita Panadero le regalan un precioso prólogo donde se siembran “semillas de esperanza”, pues así es uno de los grandes objetivos de la docente y poeta.
Los dibujos de Olga se reparten entre los versos con imágenes de una clase o patio de recreo y las unidades del abecedario gráfico que los niños suelen utilizar en sus garabatos y pequeñas obras de arte, con sus lógicas o ilógicas leyes del espacio y cómicas líneas de la perspectiva y la horizontalidad.
Pero hay que leer estos Versos de escuela de Isabel del Rey porque es la libertad lo que se lee en los poemas, como una forma nueva de enseñar, es la nostalgia del maestro al pensar que no estará con los alumnos en todo su crecimiento integral y personal.
En el poema Carne de esponja, la poeta se funde con los alumnos en cada acción educativa: “Me esponjo con vosotros, me extasío / cuando juntos viajamos por el tiempo / puliendo la aritmética, o mirando / la vieja anatomía de la Historia, / o abriéndole la puerta a las palabras / que dictó el corazón de Gloria Fuertes…//”.
Ahora que no me oís voy a contaros… es el comienzo del libro, pero es también el inicio de la propia confesión de Isabel del Rey Reguillo como poeta y maestra a la vez. Buen aprendizaje de la emoción y ternura es su lectura.