Duele mucho que una compañera haya sido embestida por la barbarie de la violencia machista, mejor dicho, por un asesino.
En las primeras décadas del siglo XX, algunas mujeres maestras, viajaban en carro, si el trabajo no estaba en su localidad y en el gremio es difícil que lo esté, debía viajar y llegar cada semana a la casa en la que se le daba algo más que alojamiento y comida, esto es, protección y pupilaje. Pupila en una casa familiar bien vista del pueblo. A veces, se confraternizaba tanto que se convertía en un miembro más de la familia.
Duele que Laura tuviera que estar trabajando a 600 kilómetros de casa, del hogar que continuamente a los jóvenes invitan a dejar. Porque lo que se lleva ahora es moverse, por no decir que como no hay trabajo, se publicita y es obligatoria la movilidad. Incluso, hay cierta visión de atrevimiento y romanticismo, de internacionalidad, aprendizaje y experiencia necesaria para la madurez personal, si te independizas pronto.
Y poco a poco se hicieron las primeras casas del maestro o maestra. Era difícil que con obligaciones diarias pudiera atender lo doméstico, y les daban facilidades y en poco tiempo alcanzaban el destino preferido.
Laura, como tantos compañeros de docencia, buscó buscar casa y medios en otra comunidad, responder a su trabajo, quizá con jornada completa en tiempo y sueldo, sueldo minúsculo que siempre ha tenido el maestro, unido al chiste de pasar hambre.
Pero eso, antiguamente, ahora están peor, precariedad, contrato de un tercio de jornada, con suerte ponen dinero para sobrevivir, todo sea por los puntos que consiguen, por la plaza deseada, tal vez a cientos de kilómetros de casa.
Pero eso era antes, aunque Laura ha tenido la mala suerte de encontrarse una situación peor que hace un siglo, no respeto a la mujer, a la profesional, se la ve como escoba con faldas aunque lleve un siglo el pantalón, demostrando al varón y a otras congéneres machistas, que es capaz de salir adelante, y ser valiente como pocos. Laura cambia de comunidad y empieza vida nueva, con eso de que en todas partes hay Dios y, por desgracia, también malas bestias.
Pero duele mucho saber que no avanzamos y que si la mujer se desarrolla a nivel profesional y/o personal, aún hay personas, por llamarles algo, que nunca la respetarán, por mucha tecnología y modernidad que se invente y use, por muchas leyes salgan de la manga y se puedan escribir en la pizarra.
Las profesionales quieren ser libres, moverse por el mundo, sobrevivir, pero nunca se querrán cruzar con el egoísmo del asesino no vigilado lo suficiente por la Policía, quien se moviliza, ¡y cómo!, por las masas de futbol o la política, o pone multas con radar de carretera; pero claro, Laura era mujer, una docente, ignorante del peligro que la acechaba, un peligro secreto anunciado por un radar inexistente.