Los hay variados. Dignos e indignos. Ignoro por qué en estas últimas semanas se me representan y concentran numerosos secretos de todo tipo en mis actividades y vida cotidiana, incluso la más dramática. Podría repetir secretos familiares, íntimos, los cuales podrían ser extraídos de una película misteriosa, incluso divertida, y serían de mi realidad cercana. Hay otros secretos que dije y deposité a buen recaudo a alguna compañera con la promesa de guárdame el secreto. Guardando información, siempre con miedo de haber temido en vano, de haberme preocupado en vano…
La misma actualidad política y viajera nos intriga con secretos públicos de aeropuerto, que luego pueden ser secretos de estado, y se convierten en secretos de equipaje con maletas repletas de ¿documentos? Son altos secretos que investigar comenzando en dónde se pone un tacón para pisar tierra. Secretos de Operación de Sala Vip, porque en algún lugar hay que refugiarse para el tejemaneje silencioso de gente guardadora de secretos. Otras veces esos mismos secretos se suceden en la carga y descarga de maletas de oro, pareciera que emanan del reflejo secreto de maletines insidiosos, porque, ¿dónde guardar la información, los movimientos, el futuro, los intereses, los riesgos? ¿Dónde resguardarse de la opinión del vecino, del rival, del país ofensivo o democrático, del equipo contrario, del partido contrario, de las personas contrarias que las hay para hacerte todo el daño posible con tus secretos y sus secretos?
A veces, hay informaciones que te descolocan, imposible que sean ciertas, ni siquiera de la ficción hay posibilidad de extraer detalles tan ignominiosos como los que te cuentan. Y te dejan en estado de shock por la gravedad de las afirmaciones, aunque te arriesgas a pensar que no es imposible tal afrenta. Sobre todo cuando te hablan en secreto de secretos que difícilmente puedes comprobar, ni quieres, y aunque así fuera, no niegas conceder el beneficio de la duda, pues sigues dudando de su veracidad.
A veces te encuentras con gente leal que te lanza un “no puedo hablar”, pero luego te dice lo que guarda sin que le entresaques nada, sin que le animes a proseguir en su relato. Los secretos vuelan y los guardadores de los mismos se acuerdan de la famosa frase de “¿me guardarás un secreto, amigo?, mejor me lo guardarás si no te lo digo”. Porque hay gente reacia a desvelar secretos, en cambio hay otras personas que los dicen lanzándolos al aire, al mismo famoso balcón de redes sociales, lugar que se va haciendo tan insano.
Yo cuido los secretos, los mantengo, los guardo, me los callo, los coloco en algún cajón seguro, lo reconozco, como escritora una milésima de la mínima parte los cuento a modo de relato, cambiando fechas, nombres, circunstancias, y salen historias basadas en hechos reales. Reconozco que algunos secretos, los desechados, parecen cotilleos de plaza de pueblo, entonces los inutilizo, desaparecen del cajón, prefiero vivir en la candidez de la ignorancia sin sentir curiosidad morbosa por lo que todos saben.