Duden a veces de la bondad atribuida tradicionalmente al sexo femenino, el que siempre ha cuidado a los hijos y enfermos, el que se ha sacrificado por los mayores y discapacitados, así como las sufridoras que aceptan su rol pasivo tras el hombre, porque eso no es así. Hace tiempo que la mujer va calcando, en un gran porcentaje el llamado modelo masculino, de prepotencia, poder, control y violencia a juzgar por los últimos datos en criminología.
La mujer, protagonista en la familia como núcleo y alma del hogar, no siempre es la bendita persona que obedece y acepta la misión que se le ha encomendado, muchas veces por la sociedad machista; ahora, hay una tendencia, (me dirán algunos que siempre la ha habido), de llevar los pantalones, o más bien yo diría de llevar las medias como símbolo de lo femenino, y coincidir en una actuación que precisamente no es de actuar a medias tintas.
La mujer en la familia cada vez más está acostumbrada a dirigir su propia vida, esté o no casada o viva en pareja, sea cual sea su edad, esté o no en situación de empoderamiento por formación, profesión, estado civil o economía. Se da el caso de que la violencia en el hogar tiene el apellido de lo femenino, padres que deben comportarse según lo acuerdan sus hijas adolescentes, hijas que desde la infancia han tratado de manipular a sus progenitores y que llegando a la pubertad y juventud controlan la vida familiar a todos los niveles, incluyendo la economía.
Chicas peligrosas las hay en el ámbito escolar, acosando peligrosamente a compañeros débiles o educados que tienden y se adentran en la depresión por su culpa hasta llegar al suicidio; chicas peligrosas las hay que controlan los programas que se han de ver en la televisión en casa, la ropa que se han de poner sus amigos y amigas, las compras menores o mayores, los viajes que se han de hacer en familia, incluso los malvados planes de agresión para otras chicas.
No es de extrañar que en algunos ambientes de violencia, descontrol y manipulación queden afectados los dos sexos. Actualmente, las víctimas no son siempre ellas sino que crecen las estadísticas, hasta un 20 %, de mujeres acusadas por delitos donde los hechos nos demuestran que la bondad y el sancta sanctórum no están con ellas, vamos que no son unos bellos angelitos.
Leo algunos comentarios y reportajes en medios protagonizados por chicas de cualquier edad, gozan de buena formación universitaria, puede que quizá no tan humanísticamente buena, chicas políticas de dudosa buena conciencia, que se desnudan en capillas, o acosan a compañeras simplemente porque deben compartir un aula o un centro educativo, chicas que al parecer matan, ocultan la verdad para beneficiarse de sus tejemanejes y tener así una vida más cómoda, aunque en ello le vaya aplastar a los demás y faltar al respeto, chicas a las que le va la guerra y así se manifiestan. La ley del más fuerte puede ser peligrosamente femenina y bella.