Los cuentos de Pavón y un queso en aceite

Ya ha habido presentaciones con Almud, en distintos lugares, de la reedición del libro de Francisco García Pavón, Estudios manchegos. Tres ensayos y una carta. Hace tiempo leí algún tomo, son cuatro, aunque pronto aparecerá una nueva edición de cinco, de las obras completas publicadas por la BAM de la Diputación de Ciudad Real, del autor del que este año celebramos su centenario. Releyendo sus primeros cuentos, relacionados con la infancia, Cuentos de mamá, donde en el primer volumen Emilio Alarcos Llorach afirma que “La narrativa de Pavón consiste en esa búsqueda, si no angustiada, sí dolorida, del tiempo perdido; en esa insistente reconstrucción del mundo edénico infantil”, vemos que el autor los denomina “memorias infantiles; manojo de las primerísimas vividuras que abrazan los cimientos imborrables del resto de mi existencia”.

Son veinticinco cuentecillos breves divididos en tres partes que nos llevan a mundos lejanos o cuasi conocidos, el de nuestros padres, abuelos y bisabuelos, expresivos en costumbres, en vocabulario, en maneras de vivir y morir, donde un Paco García Pavón-niño descubre en una familia tomellosera acomodada, muy sutilmente o a lo bestia, los movimientos descarnados de lo que fue la vida en una localidad como Tomelloso, como lo fue en muchos de nuestros pueblos: Las primeras experiencias con la enfermedad y la muerte, los primeros escarceos sexuales, las relaciones familiares con el servicio, los personajes rurales típicos de barrio, y las páginas donde un niño y joven Paco nos muestra cómo se vivía hace un siglo, sin evitar adjetivos inapropiados ni opiniones malsanas, a cual más brutas o encubiertas, más sugerentes o directas, más detallistas o generales, realismo puro y duro, para nada se podrían calificar como cuentos infantiles aunque tengan a niños, casi siempre su hermano pequeño y él, como protagonistas.

Pero hay más en estas breves narraciones: la delicadeza de la madre y su mirada; la firmeza del padre al educar; la fiel chacha Tala, que lo protege y le enseña oraciones antiguas; el guarro de matanza que nos regala la vejiga para jugar y nos lleva a rememorar sus chillidos, o  silencios colgado en la cadena del jaraíz; otra chacha Ramona de la que mejor no decir nada, por aquello de las pesadillas infantiles; los primeros coches que llegan a los pueblos a principios del siglo XX, y siempre la costumbre aceptada controlándolo todo, aunque ya nuevas costumbres entren en la cercana Madrid a todas horas. Francisco García Pavón era un niño de balcón, observador de movimientos vecinales, de consignas, de detalles domésticos, de orinales de porcelana, percheros miedosos y libidinosos, de borrachos de pueblo, de mujeres manchegas limpias, sencillas, de una sociedad harto machista, que le falta el respeto a la mujer, a la que no deja elegir un trabajo por necesidad o moralidad, y paralelamente vea emerger a otra mujer extranjera impartiendo idiomas. Cuentos de mamá para disfrutar y pasar un rato de choroviteo.


27/02/2019

Y de choroviteo andábamos hace años, viendo textos de Pavón al uso manchego, por tierras culturales de ocio y diversión.

Ha diez años que dirigía el Taller Literario de la Universidad Popular de Torralba de Calatrava, iniciado por Carmela Fisher, a quien sucedí en hilos de cultura. El grupo, encantador, variado en edades y formación, todas damas, se prestaban a las sesiones de animación lectora de los martes: Poemas, escritura creativa, literatura infantil, música, libros como La lluvia amarilla de Llamazares que se nos mezcló con blancura de la nieve en un encuentro de autor.

Entre los retos, un embajador de Dinamarca y esposa, visitan al pueblo, invitados por el gran Arturo González, de la Asociación Española para el Libro Infantil y Juvenil, sentados en los tronos locales de los Reyes Magos. Y un guisante escondido bajo los tres colchones, junto a las niñas que actuaban y ensayaron por las tardes de invierno el cuento de La Princesa y el guisante de Andersen.

No recuerdo bien cómo llegó el proyecto a completar los distintos géneros del arte más rural, cercano y auténtico. Posiblemente llegaran a mis manos las grandes Obras Completas de García Pavón, con cuentos variados y, en un intento de descargar responsabilidad y falta de tiempo, pedí a una alumna del Taller, Antonia Naranjo, que adaptara el cuento. La memoria no da más, pero es suficiente para recordar que el cuento de Pavón era el del queso en aceite. Cada actriz tomó su papel como si le fuera la vida en ello, buscaron vestuario de la época, ensayaron con ganas las escenas que yo les sugería. Disfruté moviendo los hilos de un escenario real, donde todos apostábamos por representar la obra.

Una niña de La Princesa y el guisante quiso tener continuidad en las tablas y acompañó a su madre y a su abuela (Pilar y Montse) cada tarde, se le dio un papel actual para ayudar a la historia feliz del queso manchego.

La actriz del corto papel de la chacha (Victoria) se preparó una cofia y un delantal tan blanco y primoroso que ¡ya quisieran las sirvientas de la calle televisiva Acacias 38! El personaje del abuelo era difícil, ningún varón estaba disponible, pero en el piso de arriba había una biblioteca, a por él fuimos, a por el bibliotecario (Miguel), caracterizado para el mejor vodevil.

Lo mejor fue que la adaptadora de la obra se trajo un queso, un queso auténtico que comenzaron a probar la troupe de artistas en el estreno, sin que ni espectadores ni directora probaran bocado. Eso sí, un queso sin aceite, no era cuestión de manchar escenarios. Ahora veo que el cuento se publicó en dos versiones, en 1974, El queso en aceite, y luego en 1985, Queso manchego en aceite. El director de Teatro local Itaie  estuvo atento a nuestra representación del autor que un día dijo: “Los pueblos son libros y las ciudades, periódicos mentirosos”. Y a la tía Rosario el aceite le chorreaba por la comisura a ritmo de seguidillas.

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