Es un librito sencillo, de una docena de páginas verdosas, grapadas. No tiene editorial, ni ISBN. Tampoco lo necesita. Su autor lo regaló a un grupo de poetas, artistas y escritores unidos por Facebook y por otros hilos, también de manera sencilla y generosa. Es como si la protagonista del cuento quisiera venir con nosotros a vivir nuevas aventuras traviesas, sin pedirnos nada, sin grandes pretensiones, revoloteando entre los bolsillos de los escritores para dejarnos claro su propósito, como nos avanza el título: “Las aventuras de Silfita, la Mosca Traviesa”, del autor: Dionisio Céspedes.
Con ilustraciones de gran acierto y colorido, ignoramos el nombre del dibujante o ilustrador, nos introducimos en la historia de una mosca emancipada que se ve obligada a viajar y a buscarse la vida por el aire. Silfita hace un guiño así a un título clásico de la literatura infantil como es “Los tres cerditos”, hermanos que deben huir y construirse su propia casa. Pero Samaniego, junto a su fábula del panal de la rica miel y las dos mil moscas, también está presente en el gran pastel del señor gordo con una Sulfita, más hábil que las dos mil moscas, que soluciona los problemas y conflictos que se le van planteando, sin moralejas, solo por el gusto de disfrutar del viaje iniciado. En lugar de caer presa de patas en la miel del pastel, comienza a pedir socorro como si se tratara de Pulgarcito, nueva llamada con guiño a la literatura infantil, y cantando, porque si algo tiene esta mosca traviesa es que es muy cantarina, advierte a todo el que pasa cerca de donde está, pringada de miel, que no la pisen con el “pachín, pachán” y su gran llamada “cuidado con lo que hacéis”.
Tras dejar al señor gordo y goloso con la cara llena de merengue por su revoloteo, Silfita vive, sin traductor, una auténtica película de indios con un saludo nuevo, porque el “¡jau!” se ha quedado obsoleto. Tras su aprendizaje con los apaches se fijó en un niño huérfano y necesitado de que vinieran al menos diez mil moscas solidarias de las de Samaniego, y que donaran sus alas para abrigar a los niños necesitados que allí había. Lo que ocurre hasta el “colorín, colorado” no lo diremos porque Dionisio Céspedes tan creativo nos ofrece una solución diferente y creativa, impide que el adjetivo “colorado” rime a gusto con otra palabra y dé fin a la obra, animando así a que se introduzcan nuevas aventuras de Silfita en sitios lejanos. Desde aquí animamos también al autor a que las escriba y vaya completando la obra en distintas entregas.
La protagonista no dirá un adiós definitivo, todo lo contrario, ofrecerá algunas pistas para que los padres, abuelos y los niños lectores sigan las aventuras de esta mosca encantadora, al igual que su autor.
Dionisio Céspedes publicará otro libro con el ilustrador Francisco Manuel Vargas, pero Silfita ya se adelantó con su vuelo infantil.