Es curioso cómo los años hacen cambiar las tradiciones. De niños nos decían que, en la noche de todos los santos, había que encender velas para velar por las ánimas y rezar, y muertos de miedo nos acostábamos muy temprano. Nos metíamos bajo las sábanas, nerviosos, esperando que llegara el sueño y no nos enterarnos de nada de eso tan terrorífico que decían los mayores. Pero sí es cierto que antes de irnos a dormir se contaban historias al calor del hogar o de la estufa, historias de pueblo que nos hacían temblar y nos dejaban preocupados, aunque más de un incrédulo se atrevía a gastar bromas sin gracia.
Ahora, por la influencia de la cultura inglesa y americana, la noche de Halloween es otra historia, una especie de carnaval temático divertido, decorativo, miedoso y horrendo que desde pequeños los niños viven a medio camino entre las bromas y el suspense. Es la fiesta de un noviembre comercial y consumista que no teníamos, del mes que nos faltaba, una fiesta asociada al idioma inglés tan necesario, agradecido, socorrido y generalizado, luchador del desempleo.
Y es curioso también cómo los escaparates se han ido mediatizando, exponiendo los objetos más tradicionales junto a los nuevos iconos de la fiesta anglosajona, tan rara y extranjera. Por ejemplo, no es raro ver en las pastelerías los antiguos dulces de los huesos de santo junto a las momias y brujas horrorosas bañadas en chocolate. Tampoco es raro ver en las floristerías la decoración de calabazas iluminadas y los farolillos de fiesta color naranja, donde antes sólo se vendían claveles rojos y dalias blancas.
Los locales de copas y de baile sacan una pasta organizando estas fiestas y macrofiestas paganas con fondo religioso, fiestas juveniles que no les hacen nunca pensar a los jóvenes en el final de la vida. Y si piensan en él tampoco les importa demasiado, porque es el momento de divertirse y no ponerse trascendentales ni tomarse la vida como un drama.
Lo peor es cuando esa vida ya te ha engañado una vez con sus reales patrañas y te has quedado huérfana, entonces los zombis dejan de hacerte gracia y los rojos colorantes que parecían sangre se nos hacen pueriles, porque el fin de la vida ha llegado a los tuyos, aunque sólo haya sido por esa ley que mide el tiempo y llaman ley de vida. Entonces, ya no es fácil asustar y asustarte por un maquillaje muy bien conseguido, ya es otra emoción muy distinta al miedo la que te embarga, es la tristeza de un noviembre oscuro, un mes triste que empieza y nos recuerda que el invierno ha de llegar para todos y con él, el fin de la vida.
Mientras, en la noche de Hallowen podemos pasar miedo de mentirijilla, asar castañas y bellotas, cascar nueces, degustar huesos de santo, maquillarnos el rostro y bailar hasta la madrugada, desfilar con vestidos de brujas y de monstruos, para intentar engañarnos de lo que ha de ser definitivo y no tiene vuelta atrás por muchas vueltas que demos en la pista y en la vida.