La experiencia que vamos cogiendo día a día en pandemia, pese a no ser científica ni especialista en nada, en lo concerniente a sus múltiples aspectos de epidemia, me hace reflexionar de nuevo, me hace volver al tema del que todos hablan, del que he hablado en mi último año escribiendo aquí, en cada quincena, al tema que no debía haber dejado, porque el contagio nos va moldeando, va sacando lo peor de nosotros mismos, nos lleva a la preocupación que se hace perenne, porque nadie en su sano juicio pensaba que podía pasarnos tanto.
Es tal el nivel de incertidumbre que se respira en la calle, en cada hogar, en los lugares donde se convive, que los chistes y memes que la gente se inventa para salir al paso, al futuro de dudas de contagio que hay y se avecina, que lejos de consolar, si acaso, te devuelve a la cruel bofetada, aunque digan que eso si lo superas es llegar a un gran nivel de resiliencia o poder de adaptación. Pero, ¿quién tiene esa resiliencia? ¿Quién supera cada detalle de esta realidad traumática?
Es tiempo de adentrarte en historias, ideas, nuevos caminos…; sin embargo, la realidad que nos rodea es tan fuerte que lo impide casi todo, aunque tu empeño sea igual de fuerte.
Las letras griegas y los números se suceden para denominar lo innombrable, como decía una obra juvenil de éxito, ¡para nosotros querríamos su magia!, para los niños de hoy que no vivirán cabalgatas como es debido, ni por alegría, ni por caramelos, ni por sonrisas, ni por mensajes, ni por regalos llegados a destiempo…
Habrá que irse despidiendo de estas navidades atípicas, otras más, diferentes y raras que estamos viviendo. Serán estos niños resilientes, capaces de recordar estos raros desfiles, quedará más de una infancia coja, sin significado, aunque les sigamos diciendo que no pasa nada, que a nadie le pasa nada, sea su primera, segunda o tercera cabalgata de reyes inexistente.
No son tiempos para escribir a los reyes de oriente, a ningún rey, es cierto. Las monarquías andan buscando regalos de reyes, para otros reyes, no para niños pobres. Ningún rey tiene el poder de mejorar la realidad que rodea a los niños en su pobreza. Es muy difícil hoy escribir a las monarquías, aunque quieras. Es posible que como respuesta te llegue un escrito firmado por un rey, para darse más renombre, pero nunca hará el milagro de solucionar la vida a los pequeños, como se hacía en la fantasía de los cuentos de hadas. Fantasías necesitan los millones de niños confinados, qué hacer, para dónde mirar que no te duela su pobreza personal y espiritual.
Hay unas letras griegas que definen el futuro, y unos sanitarios que se matan por atender a niños y mayores y no dan abasto. Sin fantasía. Ellos son los nuevos reyes que atienden las cartas, porque ya no es posible escribir en papel pidiendo casi nada. Felices reyes.