Las oigo en plena Gran Vía este noviembre, gritando, cantando, protestando por la vida que a la mujer se le supone o presupone. Han parado los coches en uno y otro sentido, son jóvenes, preparadas; en el grupo, algunos hombres, eso da una alegría sana, esperanzada, porque se necesitan nuevas masculinidades, pero casi todas son chicas que están hartas de que a sus iguales se les falte el respeto, la intimidad, la vida…
Enseguida aparecen coches de Policía, otro gran atasco unido al Black Friday que por sí mismo es otra historia de locura consumista, pero ya la manifestación del 25 de noviembre madrileña está llegando al final de la meta, aunque nunca se consigan las metas propuestas de “ni una más, ni una menos” como lema de campaña de las mujeres caídas, ni una más ni una menos de las mujeres asesinadas por violencia machista. Ni un niño o niña muertos por culpa del descontrol de su(s) padre(s), ni uno o ni una más. Sólo son infantes sin dueño, no hay derecho a que pierdan una incipiente vida, o que vean a su madre morir en mitad de la calle. No hay derecho.
Noviembre es el mes de los muertos y por culpa del machismo se ha convertido en el mes de las muertas, si hablamos con propiedad deberíamos decir de las asesinadas, como si un mes frío, como ellas están, las definiera; como si un noviembre gris y poco luminoso se aliara con la climatología para decirnos lo que siente una persona en las peores circunstancias al perder un familiar o una vecina; lo que pierde la sociedad cada vez que una angustiosa voz televisiva anuncia el número de mujeres perdidas, como un rito maldito que las cuenta, y las asocia pegadas a un número par de cuando fueron pareja, un número que empieza por cero y que no las lleva a ninguna parte, como todos los ceros a la izquierda, porque a veces ese número no le da nada de nada de protección, nada de nada de dignidad, nada de nada de esperanza y justicia, nada de nada de nada.
He quitado la foto de perfil de mi Facebook durante una hora, y no ha servido de nada; he visto los zapatos rojos tirados en la plaza de Logroño y tampoco ha servido para nada, he colaborado unos microsegundos en la grabación de un vídeo contra la violencia machista para repetir que “ligar no es ob-ligar”, (otro tema de campaña), y no ha servido de nada; he visto que una amiga ha publicado uno de mis poemas antiviolencia de género, y tampoco sirvió de nada. Mis alumnos y alumnas han trabajado intensamente esta semana con actividades contra la violencia y la desigualdad, y es posible que tampoco sirva de mucho, pero quiero pensar que todas estas acciones juntas pueden servir de algo.
Y encima noviembre es tacaño en prestar la lluvia para simular lágrimas que ya están resecas por la costumbre.