Ya deben, debéis haber visto los drones voladores, pero no los que llevan paquetes a cualquier localidad, por escarpada que esta sea, o difícil terreno que tenga, o que exija o aconseje un dron accesible, generoso y servicial; no, me refiero a los drones donde algunos jóvenes se enganchan los pies cual esquíes del cielo y con su mismo volumen y movimiento vuelan, sí, vuelan, de momento por trozos de cielo recortado y controlado, porque si no, mal estaría nuestro cielo con todos esos chicos volando como Harry Potter en sus partidos de bolas doradas. Pertenecen a esos grupos de jóvenes que prueban en uno u otro siglo cómo podrían volar, a veces se tiran por abismos y vuelan de otra forma, pero vuelan también. Hasta se llega a Marte para descubrir que si voláramos hasta allí, seríamos entes evaporados. Altos vuelos son esos pero el hombre lo sigue intentando.
“Todo está en el aire”, nos dice una señora entrevistada en televisión, aunque ella se refería a los trabajos, a los hospitales, a las fiestas…, y sí, así es, todo está en el aire: en el aire está el virus, que antes no estaba, que posiblemente nunca estuvo y que ahora nos exige ventilaciones cruzadas, no exhalar humos en terrazas, no cantar, ni hablar mucho y, por supuesto, no dejar que entre ni salga ni una chispa de aires malvados por la mascarilla. En el aire está la incertidumbre que no nos confirma nada de cara al verano, todo está en el aire, no se ha de programar nada seguro, ni una salida al campo, ni un salto perimetral a tu casa o a ver a tu familiar medio lejano. En el aire están las vacunas de todo tipo, vial oral o vía intramuscular y su posología, igualmente sus efectos y el miedo que nos dan, en el aire se quedan. En el aire, el verano, y los juegos olímpicos, y los sanfermines, y el festival de Almagro, y la Feria de nuevo, y la Pandorga. Mientras tanto del aire y el mar siguen llegando turistas y migrantes, viajeros de la India a los que sí se les pedirá cuarentena como hacen con nosotros los del Reino Unido, y nosotros no hemos podido hacerlo con los franceses.
Las PCR vuelan también en los aeropuertos, muchos aviones siguen quedándose en Ciudad Real, en su hangar manchego hasta que esos pájaros gigantes puedan volar y poblar nuestros cielos de destinos curvilíneos de colores.
Volar, siempre es posible, aunque sea leyendo en esta primavera tímida los libros en su celebración más quijotesca de autores afamados. O rememorando otros lugares que también nos hacer volar la imaginación junto a otras personas. Seguiremos volando con el pensamiento, aunque esté cerca la libertad de vuelo en las comunidades, en los pueblos, en los países y en los continentes. Ya sabemos que las turbulencias siguen, y aunque sea en un vuelo raso, y con elecciones de por medio ojalá que siempre podamos controlar nuestras alas.