Hoy comento una polémica cercana. Muy revuelto anda el mundo de la edición, no sólo de textos universitarios, donde se miran con lupa y porcentajes, aceptables o no, los fragmentos de obras originales, sobre todo si son de personajes públicos, por supuesto también de nombres anónimos.
Sin ir más lejos, como tutora de prácticas de educación superior, he llamado la atención a varios alumnos el pasado curso sobre esos porcentajes que ya miden empresas y aplicaciones de forma profesional, aunque yo lo haya hecho con una sencilla comprobación del copia y pega.
Se diría que el estudiante, del nivel que sea, tiene miedo a escribir de forma original, aunque intervenga oralmente en una clase con treinta alumnos, pero luego le cuesta exponer sus ideas ante un papel en solitario.
Ser original es lo válido, no vale copiar si no es citando con o sin entrecomillado, incluso se exigen en cierta proporción las citas de expertos que darán prestigio al escrito. Eso en cuanto a obras de peso, o de una extensión media o larga como pueden ser unas memorias de prácticas, un proyecto de fin de Ciclo, una tesis, un TFG (trabajo fin de grado), un TFM (trabajo fin de master, etc.). ¿Y en otras obras?
Recuerdo cómo en una publicación colectiva remunerada y muy bien llevada, a nivel nacional, se nos ofreció a los autores dar opciones de cuál podría ser el título de la obra. Envié por el mero hecho de participar un título. Desconozco si hubo muchas respuestas, pero finalmente fue ese título el elegido. Cuando se publicó el libro, pude ver en los créditos de los autores colectivos, el reconocimiento de ser también la creadora del título.
Al margen de la alegría que da ser reconocida, ¡por siete palabras!, me gustaría comentar la importancia del título de una obra, a raíz de la polémica suscitada por un título que está punto de ser editado y del que una o varias autoras piden explicaciones.
Los hechos, sin dar demasiados detalles, son los siguientes: Un autor es reconocido con un premio literario por el que verá editado su libro, hete aquí que el título coincide con un verso de otra poeta. Al ser difundida la noticia, la poeta declara que ese verso es suyo. Internet y la propia obra en papel de la poeta demuestran que lo es desde 2013, incluso hay un poema publicado en 2015 por el autor premiado, en una revista poética muy reconocida, donde vuelve a aparecer ese verso caprichoso, supuestamente copiado, por lo parte de lo premiado podría no ser inédito.
El jurado toma su decisión, pero hay otra obra detrás a la que le afecta por ser accésit. Resultado: la autora del verso copiado, está deseando que el libro vea la luz y comprobar que sólo es ése el verso presuntamente plagiado, pedido prestado o tomado, previa notificación inexistente, que con ella hasta cierto punto se podría sentir halagada.
Pequeños líos de poetas, que no saldrán a la luz porque no afectan al poder político sino, si existe, al poder exclusivamente literario.