Apareció una plaza en la pantalla de la tele y un nombre en bable, un cartel rojo y letras amarillas junto a la puerta de un restaurante, era el menú pintado en la pared a modo de cartel, que coincide o no con el impreso que dan a los clientes, redactado en menú. Bajo unas palabras en vertical, que insisten que lo que allí se come son productos artesanos, el cartel reza: Cocidos, carnes, pescados y arroces, postres caseros, picoteo, etc. Y dentro de cada grupo se detallan platos como almejas, langostinos, centollos. Reconocí la plaza, era el lugar norteño donde comimos en unas recientes vacaciones de hace dos años, con el lema “Paraíso natural” asturiano haciendo gala y honor de propaganda.
En un extraño suceso se ha visto involucrado aquel lugar, que a priori nos pareció perfecto para el verano. Un ayudante de cocinero y manipulador de alimentos, en todo su doble significado, ha estado al parecer envenenando a sus propios compañeros. Pero como no todas las vacaciones y viajes son perfectos, ni siquiera en el recuerdo, nos entró el temor de que si se trataba de hacer daño a las personas conocidas, qué no se hiciera con las desconocidas, y a saber qué alimentos comimos y, lo peor de todo, en qué condiciones.
Recuerdo un camarero alto, solícito que sirvió de modo diligente la comida al grupo en una plaza honda y con escalinata, rodeada de sombrillas claras, las escaleras las salvaba con destreza, pero por más que hago memoria no recuerdo si fueron almejas o centollos lo comestible o incomestible de aquel día. He buscado fotos del fatídico lugar, donde es posible que quede confirmado por el juicio, que murió asesinado uno de los cocineros empleados. He buscado la factura, que con los sucesos que ocurren en este país es aconsejable que las guardemos todas, pero sin resultado, recuerdo eso sí que era un lugar idílico, asturiano y sidrero por excelencia.
No hacen falta fotos para garantizar la típica bebida, es una delicia ver a la juventud alternar con los culines de tres grados del rico zumo de manzana escanciado en anchos vasos. Recuerdo que cargamos una caja de sidra en otro bar-tienda en el último día para la familia y para recordar en nuestra tierra el natural paraíso norteño.
Tras comprobar que estamos vivos, no sabemos si afectados, surgen dudas, puede ser broma, pero seguimos impresionados por los graves síntomas que el grupo de trabajo acarreaba y por las veinte denuncias de intento de asesinato. A los comensales también les surgen dudas, aunque los vecinos del barrio Cimadevilla y el propio ayuntamiento apoyan a los dueños del local, mejor por el compañerismo solidario que había quedado en el bar algo mermado, puede que ahora sea el lugar más seguro para poder degustar una lubina a la espalda, o unos ricos choricillos a la sidra caliente. En Gijón se disfruta de la celebración anual de la novela negra, alguien con los años se encargará de añadir el lugar a una ruta como anécdota o de reescribir la historia, mientras se lava y aclara el tema en el lavadero de la justicia.