Antes las guardábamos en la memoria. Si había despistes o la memoria se resistía a guardarlas, las más importantes las anotábamos en una agenda en papel que pasábamos año tras año. Eran fechas importantes para celebrar la vida, las fechas de cumpleaños. Fechas asociadas a los familiares allegados, a los amigos íntimos y casi siempre optábamos por ir aminorando la cantidad de fechas a felicitar conforme la vida se desarrollaba.
Después llegaron los móviles inteligentes que piensan y recuerdan por nosotros y con pitidos nos avisan que una fecha llega, la que sea, las fechas de la vida y las de la muerte, si es que queríamos recordar decesos. Ahora, hay redes sociales que toman nuestra memoria y la ordenan a gusto, enviando miles de fechas a recordar, tantas como amigos podemos tener en Facebook, tantas que sería imposible recordarlas, por eso se encargan de enviarnos mensajitos desde que comienza el día para que no olvidemos de relacionarnos y felicitar a nuestros amigos y conocidos. Chivatillos sociales que se llaman.
Ocurre que los datos circulan, se estancan no sólo en la memoria sino también en las pantallas, ocurre que los aparatos no se actualizan, ni los programas que manejan los perfiles de redes sociales, y funcionan durante meses, años y nadie dice nada. Si tenemos derecho a retirar parte de nuestra información de vida, de nuestros datos personales por leyes protectoras, también tenemos derecho a que ciertos datos no fluyan, no surquen los mares de navegaciones digitales.
Todo esto lo digo porque hace meses que falleció una profesora que nos hablaba de convergencia y divergencia y de alfabeto gráfico, y sobre todo nos hablaba de creatividad y de cómo los educadores debían tratar a los infantes. Podemos recordar o no cuando es su cumpleaños, que fue ayer, diez de junio, podemos recordar el mes en que murió que fue febrero de este año, pero nunca olvidaremos su legado sobre la pintura y el dibujo, sobre los grandes creadores, sobre su energía y su invitación a descubrir los mejunjes del arte.
Se llamaba Carmela, fue profesora de profesores, aunque en redes tiene otro nombre. Miles de educadores han pasado por sus manos. Algo hay que hacer para que sus amigos más despistados dejen de felicitarla cuando Facebook les recuerde su fecha de cumpleaños de casi verano, porque ya no está entre nosotros.
Uno de sus amigos italianos acaba de enterarse al felicitarla y ha hecho un comentario, acertando, pues Carmela era cósmica y vital: “Lo mismo el mundo no se termina en este planeta, el espíritu es libre por lo tanto Carmen puede descubrir algo que a nosotros por el momento no está vedado”.
Eso era, un espíritu libre al que de forma divergente todavía se le puede felicitar la vida, esperando respuesta, pero me da tanta tristeza que nos mire con su sombrero de verano desde la foto de perfil que alguien le debería decir al señor Facebook que sea un poco más inteligente.