Salíamos de viaje, íbamos a un homenaje de poetas Cántiga, un acto bien organizado por profesionales cercanos al autor de Calzada de Calatrava, un homenaje al poeta del pueblo, como llaman al escritor local Pedro Antonio González Moreno. La Iglesia en cuestión se llenaría de amigos, no le dejarían solo. Primero fuimos a otra Iglesia más céntrica, donde otro de los poetas, el sacerdote Valentín Arteaga, daría misa, después todos nosotros nos iríamos a la segunda Iglesia, a la del Salvador del Mundo. Allí muchos más poetas esperaban, junto con el Coro de cámara “Laminium”, coral reunida para dar realce musical al acto.
Antes nos subimos al coche con el poeta José María González Ortega, tras los saludos por el largo tiempo sin ellos por motivos de salud, sorprendentemente nos entregó un librito ya de color sepia por los años, se llamaba Cántiga. Un cuaderno de Cántiga del poeta gallego Alfredo Buxán y del escritor madrileño Antonio Fernández Lera.
Tengo costumbre antes de titular trabajo alguno y es la de utilizar un buscador en la red para evitar duplicidades y repeticiones. A veces nos ha pasado que un mismo título ha aparecido después de que nos fuera publicada alguna obra, o nosotros mismos hemos adoptado otro título, sin habernos percatado de que ya existía un vocablo parecido. Supongo que es inevitable, las palabras son las que son y los autores las combinamos lo mejor que podemos, lo mismo hago con los títulos originales de las obras publicadas. Sin embargo, me alegró enormemente coincidir esta vez, y sin saberlo, con el título.
La obra Cántiga que me regaló José María cuando se iba a presentar Cántiga, está fechada en junio de 1982, tiene un dibujo de un juglar con violín, un bohemio escribiendo, es la portada de Fernández Pera, y el mismo ilustrador aporta una lámina como separata, o litografía de un paisaje medio rural o urbano. Es el ejemplar numerado 106 de una publicación madrileña. En la contraportada, vuelvo a sorprenderme, es Jaime Gil de Biedma en plena Generación del 50, hablando sobre poesía y comunicación, en la sección El fondo del vaso, en realidad es un extracto del prólogo Función de la poesía, función de la crítica de 1955, publicado casi una treintena de años más tarde en este cuaderno. Nos dice que “el poeta trabaja la mayor parte de las veces sobre experiencias y emociones posibles, y las suyas propias sólo entran en el poeta (…) en tanto que contempladas, no en tanto que vividas”.
Adentro, los poetas atemporales Francisco Álvarez Velasco, (leonés afincado en Gijón), José María Bermejo, (del Jerte), el poeta romántico italiano, Giacomo Leopardi y el poeta argentino, Horacio Salas. Un buen descubrimiento la otra Cántiga.