Los cuentos del agua

Los cuentos del agua

Diputación de Ciudad Real-Área de Cultura
Biblioteca de Autores Manchegos.
Colección Infantil-Juvenil Calipso nº 24
Ciudad Real, 2011
Varios autores
Ilustraciones: Irene Burgos
Págs.: 73
Edad recomendada: A partir de 8 años

Los cuentos del agua es una obra de la Colección Calipso de la Biblioteca de Autores Manchegos.

Seis autores de la provincia utilizan el líquido elemento como excusa para desarrollar sus historias que se ofrecen con el acompañamiento de las ilustraciones de Irene Burgos. La obra es el resultado de una iniciativa de la propia editorial que surgió con motivo de la celebración en 2010 del año del Agua y con el propósito de recordar el vínculo entre La Mancha y este elemento.

Para ello, se encargó a seis autores la elaboración de un cuento de una extensión similar. Posteriormente, la ilustradora completó el volumen con sus imágenes. El resultado del encargo es una obra resuelta con historias muy variadas.


COMIENZO DEL LIBRO

 

EL SECRETO DE LAS CINCO LAGUNAS

Primera laguna

El extranjero llegó a las Lagunas de Ruidera de anochecida, se albergó en una de las casas rurales que por allí había, aunque bien sabían los que le conocían que por ser quién era, no necesitaba apenas alimento ni cobijo. Podría haberse dado una vuelta nocturna para adelantar el trabajo que hasta allí le traía, sin embargo prefirió no levantar sospechas y esperar a que amaneciera.

A la mañana siguiente, desapareció del albergue sin desayunar, como por arte de magia, y se zambulló sin miramientos en la primera laguna más cercana al lugar de salida. El extranjero sentía una necesidad imperiosa de entrar en contacto con las aguas, tanto que se quitó un viejo gabán, dejando ver un traje de submarinismo antiquísimo que por ser horas muy mañaneras apenas fue divisado, y a lo lejos, por tres o cuatro senderistas y visitantes del Parque Natural de Las Lagunas de Ruidera que por allí se regodeaban.

El hombre no llevaba oxígeno ni aparato alguno que le sirviera para mantenerse en las profundidades de las aguas y sin embargo aguantó tiempo y tiempo sin salir a la superficie hasta extremos infrahumanos. Cuando lo hizo, llevaba entre sus manos un somormujo sumiso que le miraba como hipnotizado. El extranjero se sentó junto a una pequeña roca llevándolo consigo, y lejos de posibles testigos, entablaron una comunicación extraña que a todas luces no podía considerarse conversación ni nada parecido.

Al acabar esa rara maquinación entre un ave y un humano, se diría que el apacible Parque de Ruidera, despierto a la iluminada y primorosa primavera, se oscureció de repente en una simbiosis natural que le hizo perder todo su verdor y luminosidad de golpe. Las aguas que antes estuvieran tranquilas comenzaron a moverse como si de pronto se hubieran contagiado de una marea inverosímil más parecida y propia de aguas marinas que de aguas estancadas. Los patos, los peces e incluso los galápagos intentaban salir de aquellas aguas locas que alguien removía a su antojo. Los pobres animales se protegían como podían en los juncos, zarzas y matorrales. Los visitantes se resguardaron en cuanto pudieron de lo que achacaron como una terrible tormenta de primavera y no pudieron darse cuenta de lo que sucedía.

El asustado somormujo pudo escaparse y refugiarse cerca de una bandada de patos de distintas especies que se hallaban arremolinados cerca de un matorral de carrizo causando una verdadera revolución de graznidos, alas y patas. En unos minutos, todo el Parque quedó transformado, el color gris se apoderó del cielo y de las aguas, los pocos turistas que aún se dispersaban por el paraje tomaron sus vehículos y se protegieron de lo que ya adivinaban como una catástrofe natural parecida a un peligroso ciclón o un severo terremoto.

El extranjero se quedó impasible mirando sus aguas bravas y revueltas, y no dijo nada, sólo extendió los brazos como si fuera a echar a volar y en menos que canta un gallo se transformó en una especie de aguilucho y se perdió volando en aquel cielo negruzco de tan malos presagios.

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