En este afán de destacar lo grande, diré que hacer turismo madrileño en Navidad está de moda desde hace años, desde poco después que las navidades comenzaran a ser gran objetivo comercial y se convirtieran en navidades turísticas. Si lo pensamos bien, son al menos dos meses y pico lo que se programa tras la fiesta de Todos los Santos, (no diré Halloween), y en donde los espumillones y mazapanes empiezan a llegar a las tiendas y supermercados, más que tímidamente, de forma generalizada y hasta atrevida.
Por otro lado, se organizan multitud de viajes para ver las luces de la capital de España y otros lugares, como si visitaras en escapada de agencia y folleto las rías gallegas o los atractivos de la ciudad de Venecia, y por aquello de hacer, o mejor dicho de no hacer comparaciones con otras ciudades españolas destacadas en defender la luz de colores por encima de todo, de momento y por cercanía nos quedamos en Madrid. Esta visita parece que se hace imprescindible en estas vacaciones de invierno, compres o no compres, eso es secundario, lo importante es ver luces navideñas variadas, coloristas, espectaculares, sorprendentes, grandes por su luminosidad, diseño y tamaño. Las luces están por todos lados, no solo en las calles más castizas, sino en otros barrios apartados, esas luces parecen haber salido vencedoras del alto precio de la luz que ha estado machacándonos en lid con las eléctricas, con la energía solar, con el viento, con los saltos de agua…
Los árboles iluminados en plata y oro decoran las plazas y calles dando magia a la fiesta. Los humanos nos rodeamos de fotos y móviles para demostrar que en esta Navidad estamos aquí, damos fe de estar aquí, a veces sin fe, pero sí rodeados de luces. Estamos vivos, plenamente iluminados, con brillo lumínico, claro, dejándonos llevar quizá por las pocas luces de nuestro cerebro. Aunque muchos entendamos que la verdadera Navidad sea otra cosa, las luces se han comido de momento lo solidario, lo humano, lo religioso, lo diminuto. Es como si a pesar de las grandiosas luces del momento, los valores se hubieran ido a la sombra. Un oso blanco y un oso panda, ambos gigantescos, se cuelan en las calles de Madrid y nos acordamos de otro pobre oso al que llaman “perjudicado”, ¿navideños? Los globos más infantiles con luces son también grandes para los niños, servirán para caminar entre la multitud que ha venido a ver luces, principal motivo del viaje, mientras algunos belenes se encuentran vacíos. Necesitamos objetos grandes a nuestro alrededor como protagonistas en burla, en risas, y llegamos a poco más que a sorprendernos por la instalación de una gran bola navideña con gran gama de colores. Así lo diminuto se engrandece, lo grandioso se magnifica y las luces encima de los árboles, jardines y fachadas se hacen gigantescas, olvidando que estamos en la luz del invierno y tal vez en un tiempo de sombras.