Apenas llego a la exposición de pintura, o no pintura, y no está montada. La verdad no es que haya llegado tarde, es que ni siquiera se ha inaugurado. ¿Saben la magia que da entrar en una sala de arte o en una galería y ver aquello que está desordenado, en su puro desorden, aquello que va a ser expuesto en unas horas o tal vez en unos cuantos días?
Yo ya lo he experimentado varias veces, es como si me llamaran para el montaje de las exposiciones, el trajín de los cuadros y las obras de arte en espacios descolocados, hay algo como de misterio en las exposiciones aún no expuestas, es como adelantarnos a un preestreno cinematográfico o a la preventa de un libro. Es el miedo y la alegría de lo no expuesto aún que el tiempo en breve lo dejará ya expuesto. Es exponer algo que tal vez decidamos no sacar a la cadena de lo colgado, a la pared impoluta de la pintura, a la plasticidad y al reclamo, bien porque sobra, o porque en un momento dado la obra, antes seleccionada, nos cuenta un pequeño secreto para impedir su vida en las miradas.
La primera magia es que allí estaba ella, la pintora, Olga Alarcón, buscando el mejor encuadre y colgando cuadros coloristas: este así, este de esta manera, este aquí…
Los pintores además de conseguir obras de arte también son un poco ebanistas y carpinteros, sobre todo cuando se les acerca una exposición de su obra individual, donde su obra está ahí en conjunto para demostrar que se domina el color y la forma. Y hasta son pintores de brocha gorda por aquello de algún desconchón en la pared, incluso hasta agentes del medio ambiente si como en esta ocasión se utilizan materiales de reciclaje que pese a Ecoembes, esa empresa u organización medioambiental sin ánimo de lujo, digo de lucro, nos hace a todos reciclar.
Todo esto que les cuento ocurrió en marzo y hasta esta misma semana ha estado expuesta la obra de Olga Alarcón en Almagro, en el Espacio para el Arte, espacio también para el turismo, y podría decirse que en estos tres meses espacio para el colorido, pues ha sido protagonista en sus paredes, aquellas que se dejaban colgar cuadros con timidez y mucho arte.
Olga busca en el campo pequeños artefactos, arte-factos, buscando sus propósitos más pictóricos y se nos viene a Almagro, aún está por allí, para demostrar que el color no tiene un reino definido y que si lo tiene, ella podría ser y ya es una de sus reinas.
Paraíso, magia, infancia, decenas de cuadros y ventanas asomadas a sí mismas. Pequeños mundos para descubrir al tiempo que Olga los va organizando. La inutilidad del mundo plástico que se convierte en algo útil de pronto en las miradas y en las olvidadas memorias. Maquetas interactivas con el recuerdo y la razón. Voluntad y color y mucha imaginación de su particular paraíso “olgadiano”.