¡Qué dilema! Ser menor o ser mayor es la diferencia, y a veces ni eso. Menores ahora y mayores después, la voz de la experiencia habla pero no siempre el menor escucha y le da valor; eso no cuenta, sólo es tu vieja experiencia que a él no le sirve porque el tiempo va tan aprisa que a ellos tu tiempo no les interesa ni les vale.
Todos lo hemos sido, menores, la mayoría los hemos educado y seguimos haciéndolo, la mayoría de los menores lo harán, así se mueve el mundo. Sin embargo, al menor de hoy aunque se sienta autosuficiente con diez años, autosuficiente para vivir, decidir, convivir, divertirse, amar y odiar, al menor no sabemos educarlo, o no podemos, a veces sólo son una prolongación de lo que manejan en una pequeña pantalla que les atrae y ordena. Un móvil que les envía datos, requerimientos y morbo, casi igual que a los mayores… Ya ha habido alguna sentencia para ellos de “vivir sin móvil”, pero a ver quién es el valiente que se lo quita, o deja inoperativa la red de Internet, o lo arreglas a la voz de ya, o un hijo será capaz de atacar a su misma madre, y lo dice y lo hace y sale en las noticias, como esta semana, y es que nacen con el derecho digital de red de redes al tiempo que succionan la teta a la sociedad y a la familia, ése será un derecho por encima de otros, incluso por encima de los pequeños deberes que los mayores parecen no reclamarles nunca.
Menores exigentes y depravados; no todos son así, lo sabemos y si esto es cierto, si existe la diferencia porque existe, habrá que buscar la clave en la educación, en el ejemplo, la clave responsable para que un menor no ocupe cárceles, ni comisarías, ni pegue o insulte a sus padres o a compañeros y profesores, para que un menor no cometa la aberración de dañar a otras personas queridas o no, conocidas o no, familiares o no, pero personas, palabra que quizá no muchos le han nombrado o ellos se han negado a escuchar, con todas las connotaciones que esa palabra tiene.
Menores ladrones, instigadores, violadores e incluso asesinos de mayores, de personas muy mayores, de octogenarios que nada le han hecho, que nada le han impuesto, que nada le han corregido, pequeños dictadores de la voluntad que dicen algo y lo hacen, eso de hacer lo que quieran y cuando quieran, controlados por la furia del egoísmo y el poder. Menores como los detenidos en un barrio del norte, hoy conmocionado por el crimen.
Pero también menores asustados por otros menores, la ley del más fuerte o bruto imperando en la selva urbana. La sociedad tiene esa labor, se necesitan buenas leyes, buenas costumbres, buenos profesionales y buenas normas para los menores y muchos valientes para llevarlas a cabo, para que el menor malcriado pueda ser menor durante su propia experiencia de crecimiento y ser persona entre personas.