Acabo de escuchar a una madre turca decir que no debe morir ni un solo niño, ni en Turquía ni en Siria. Allí están con guerras y revueltas. Y los niños muriendo mientras los adultos no ponen cuidado. Cuántas veces se utilizan y explotan a los niños en guerra, es cuando se pierde todo el respeto posible hacia el ser humano, cuando ya no existe ningún valor de entendimiento ni de acercamiento entre personas. Nos dice Teresa de Calcuta que “Los niños son como las estrellas. Nunca hay demasiados.” Y sin embargo, sufren en las peores condiciones hasta llegar a perder su vida. Quisiéramos protegerlos en todo momento mientras crecen, y no sólo en los primeros años, porque el peligro y las agresiones externas siempre están ahí.
Es como si los crueles cuentos infantiles y los miedos de la infancia se hicieran presentes a cada momento, como si no perdieran actualidad cuando aparecen casos como los de la última semana. Y es que hoy dos niños de los llamados preadolescentes son protagonistas, Gabriel, de 12 años, un niño rumano y europeo pero residente en nuestro país ha perdido la vida en extrañas circunstancias, ¿accidente?, ¿ahogamiento?, ¿agresión?, ¿atropello? La investigación aclarará los detalles de la desgracia. Kevin, otro niño colombiano, extranjero y residente ha sido secuestrado, y al parecer se ha llegado a tiempo. Pero también hace algunos días un bebé cae por la ventana, un freno de mano no echado atropella a otro niño. Más niños fallecen en las riadas de la gota fría, otros en choque de automóvil por no llevar el cinturón… Las noticias no paran de sorprendernos e inquietarnos cuando son los niños los protagonistas de la desgracia.
No habría necesidad de meter miedo a los pequeños, pero sí sería conveniente que estén lo suficientemente vigilados tanto en casa, como en sus ratos de ocio, como en la escuela.
En casa “hay que tener mil ojos”, decían nuestros mayores para aconsejarnos en la crianza y educación de menores. Pero siempre ocurre que cualquiera puede tener un descuido y eso ocurre en todas las familias, la fatalidad que se alía con los más vulnerables, pero sobre todo en las familias problemáticas y de bajos recursos, no solo económicos, también educativos, también sociales.
En sus ratos de ocio, también más vigilancia, con una imaginaria “cuerda” que irá en consonancia con su edad y responsabilidad, más suelta y larga esa “cuerda” cuanto mayores y desenvueltos sean, pero sin olvidar su protección aunque ya los veamos autónomos.
Y sobre todo también en el colegio o instituto, miedo da pensar que una sola persona se queda a cargo en un aula con una treintena de pequeños y que algunos de esos pequeños no pueden ser suficientemente controlados ni vigilados a veces por sus propios padres, cuanto menos con las ratios bestiales que se gastan en educación en estos tiempos. No es posible que en la era de los recortes al supermaestro y al superprofesor se le exija tanto por tan poco. No hay que olvidar que lo que ahora demos o hagamos por los niños, ellos lo reintegrarán a la sociedad cuando sean mayores.