Partiendo de la base de que tenemos pueblo, o ciudad pequeña, en mi caso de gran abolengo. Partiendo de esa base, de que venimos de pequeños lugares y que muchos hemos decidido emigrar, aunque sea a una barriada nueva, al otro lado de la carretera o del patio…, podemos interrogarnos para qué nos ha servido ese pueblo que se cae a pedazos, entre el olvido y las ganas de levantarse, aunque los voceadores insistan en que hacen lo indecible por defenderlos.
Conozco a pueblerinos de trescientos habitantes que se creen superiores porque habitan en un pequeño pueblo de ocho mil que no tiene nada que ver con ellos, ni con su idiosincrasia ni con su cultura, ¡pobres! Conozco a pueblerinos con origen en pequeños núcleos de tres mil habitantes que se creen importantes por haber llegado a capitales de ochenta mil. Conozco a pueblerinos de capitales de provincia que han marchado a la gran capital y se enorgullecen de su éxodo personal, pasando página sin contemplaciones a lo que dejan atrás.
Pero todos en Madrid pueden ser de pueblo. También los de cualquier ciudad. Todos somos de pueblo, de un pueblo más pequeño, diminuto. Los tamaños importan al lugar.
Pero, ¿para qué nos sirve un pueblo?, se pregunta la sociedad desde antes que el gran Julio Llamazares escribiera La lluvia amarilla. Es esta una historia icono de la España vaciada, escrita y publicada en otro siglo, vigente en el nuestro.
Está de moda responder con soluciones a la España vacua, a la tierra rural y vaciada, pero hace tiempo que se abandonan los pueblos, porque todos nos vamos y dejamos allí la nostalgia, los recuerdos y hasta nosotros mismos.
Pero buscamos una vuelta, intentos de volver a la infancia, al recuerdo…, y cerrando persianas, nos vamos de nuevo. Artistas destacados como José Mota y Pedro Almodóvar ruedan anuncios y películas para volver, para ayudar al pueblo de su esencia, pero siempre se van, nos vamos.
Un pueblo sirve para irte, para que te valoren, o no, para alardear de él en fiestas, para tomar esa lluvia amarilla impregnada en nosotros al marchar injustamente del lugar.
Un pueblo sirve para recuperar infancias con infantes, para la fiesta, para el verano, para hacer lo que puedas por ellos o por ti. A veces, para programar eventos, encuentros y que nos reunamos; pero solo es excusa para volver, para que todos vuelvan contigo a otro tiempo que parece estar, pero que nunca volverá.
Un pueblo servirá para encontrar abuelos viviendo como solo ellos saben hacerlo, y como tú aún no quisieras, porque has pasado a otro nivel diferente en el que crees que sabes y no has aprendido nada de tu pequeño éxodo.
Los servicios se anulan, los cementerios se van llenando, el teletrabajo transmite esperanza, incluso la pandemia da alas a quien quiere volver, pero por mucho que nos digan, un pueblo nos servirá a cada uno individualmente. Cuidémonos con ellos.