Desde 1943 que se formula la pirámide de las necesidades humanas podríamos decir que entendemos que el hombre necesita estar seguro, tener amigos, estar alimentado, no tener frío, ni calor, ni hambre, ni sed, ni ser despreciado, sino todo lo contrario, tener éxito en lo que emprenda en su vida…, y así hasta un sinfín de aportes y bienes materiales e inmateriales al ser humano, para sentirse como tal o al menos como un ser vivo con necesidades satisfechas. Algo parecido a las peticiones de salud, dinero y amor de una canción ya olvidada.
Pero en lo más alto de esas necesidades estaría lo prescindible, lo invisible, lo que nos daría igual alcanzar para una mayoría aunque esté en la cúspide, es decir, lo inútil que nos puede regalar la creatividad, las bellas artes, la cultura, y con todo esto llenar y rellenar la plenitud, la felicidad completa.
Y así debe ser, cuando quien se dedica a conseguir y promocionar cultura, ya sea aficionado o profesional, sean artista o promotor, sea personaje de la farándula o gente seria., como decía el Principito, se sienta como ser superior, digno de admiración, cuando a nadie se le escapa que sólo es un eslabón más en alcanzar un bien que se ofrece encima de nuestras cabezas.
Así, en plena campaña electoral, los políticos ofrecen casas que nunca antes ofrecieron, vida social en poblaciones pequeñas, pero también médicos y profesores que den vida a esos lugares; y por aquello de que el trabajo no siempre es tan fácil de ofrecer al votante parado o a quien le falte mejorar en su empleo, también surgen las miles de plazas que nos llevan a todos a la felicidad, y se les llena la boca de dar y regalar: bonos climatológicos, bonos culturales, rebajas de impuestos, nuevas leyes, nuevas justicias, hasta rebajas para que los mayores vayan contentos al cine de su pueblo, cine inexistente y desmantelado desde décadas.
Pero la cultura se abre paso a cualquier precio, aunque ni los toros puedan conservar el apelativo de cultura (taurina), porque donde hay sangre y muerte no debería haber bruta cultura. Sé de jóvenes mayores de dieciocho años que no han utilizado el bono cultural, bien por no saber qué elegir, o quizá porque ellos mismos han dejado de escalar en la pirámide, o por falta de costumbre de subir y conseguir algo diferente a un móvil de última generación.
La cultura, la industria cultural sigue aparentando estar en lo más alto, hay muchos que lo saben y, aún con hipocresía, escalan lo que pueden y hasta donde saben y pueden. Vas a algunas ciudades donde lo saben, desde el más humilde concejal al más orgulloso ministro o consejero, aunque a veces colocan la cultura en los primeros escalones, o los suben y los bajan, convencidos de que es época de regalar bienes y favores a todas horas. Luego está el que se trabaja la cultura.