Acabo de recibir un correo electrónico donde se me ofrece un artista, un pintor- escultor para que le ayude en sus exposiciones y, si se tercia, hagamos los dos algún negocio juntos. Me envía 6 archivos adjuntos donde se muestra una composición tridimensional y multicolor digna de admiración.
Esto me ocurre periódicamente, suelen enviarme el currículum vitae y sin querer me entero un poco de sus vidas, de sus logros, de sus expectativas… Es un mundo bonito y difícil el mundo del arte.
Al mismo tiempo me envían sus obras gráficas y aunque carezca de tiempo para admirarlas, siempre saco unos minutos para recrearme en ellas. Después, les dedico unos minutos más a explicarles que se han equivocado de correo electrónico y que no soy la representante de la galería de arte que ellos esperan les valore su trabajo. He visitado virtualmente dicha galería de arte varias veces, y cada día me prometo a mí misma que cuando vaya a Madrid, haré una visita a mi tocaya, aunque sólo sea para seguir admirando la obra de los artistas que a veces pasan por mi particular galería electrónica. He de confesar que este negocio me atrae pero nunca fui lo suficientemente valiente para abordar el proyecto ni la financiación.
Pero, por donde iba, por culpa de mi nombre, de mi repetido y común nombre, otra vez una bibliotecaria me preguntó si yo era alcaldesa, ¡Dios me libre de ese tipo de tentaciones! O algo así le dije. Ahora reconozco que es un oficio de riesgo, se burlan de tu inglés, te tiran la basura en las esquinas, o te critican como mueves el bastón de mando. No, no.
Otra vez también me consultaron sobre estética creyendo que regentaba un negocio en Navarra, y hasta he tenido que negar en alguna ocasión ser la directora de una famosa Compañía de Zarzuela Sevillana.
Lógicamente, en mi localidad de origen hay decenas de personas que se llaman igual que yo y eso me alegra, nos ocurre a todos los que acostumbramos a llamarnos con apelativos polacos y escandinavos, es una broma, pues estamos siempre cercanos a la patrona del lugar. Una vez, ya encontré alguna pequeña lectora sorprendida y sonriente por descubrir esta casualidad de llamarnos igual. Pero hace unos días, en una librería de la capital he encontrado que existe una joven escritora con un nombre tan parecido al mío que sólo nos diferenciamos en el segundo apellido. Ella es de Argamasilla de Calatrava y ha escrito su primera novela, desde aquí le deseo muchísima suerte y le propongo hacer algún cambio en nuestros nombres, no es porque vaya a haber confusiones, cada una de nosotras escribirá a su manera, y le deseo el mejor futuro, pero es que está a tiempo de adoptar una firma menos común que las nuestras, si no quiere correr el riesgo de ser confundida con una activa y famosa abogada madrileña, una estupenda arquitecta, una misionera muy comprometida o una escritora a 40 km de casa, todo ello es bueno, por supuesto, pero el nombre propio se convierte en común y luego los emails se pierden girando por la dirección de las arrobas que todo se lo tragan sin decirnos nada.