Son los yayos, como se nombran con acento infantil a los abuelos, a los que tienen nietos y que por esa facilidad para imitar el vocablo abuelo se quedaron en yayos, palabra inventada por miles de niños cada año durante su proceso de adquisición del lenguaje y aceptada por la RAE. Son los yayos, decía, los que ahora están especialmente tristes por su protagonismo.
No importa que tengan o no nietos, porque abuelos se les llamará a los ancianos, por llegar a una determinada edad, aunque nunca hayan tenido la oportunidad dulce y feliz de disfrutar nietos.
El vocablo abuelo vendría del latín avus o aviolus y del árabe abu que significa padre. Los abuelos son la madre y el padre de uno de los padres de una persona. Y las experiencias familiares nos dicen que estas personitas están encantadas con ellos.
¿Sabían que en bingos y loterías el abuelo es el número noventa como la niña bonita es el quince? Aunque no hayas conocido a tus abuelos verdaderos los tendrás siempre en tu cabeza. Son los pelillos de la nuca que se empeñan en bajar cuando nos peinamos el pelo hacia arriba, los que tanto duelen. Burlonamente, arremetemos contra la abuela al haber problemas, decimos éramos pocos y parió la abuela, como si ella ya no tuviera derecho a procrear, se le hubiese pasado la edad, como si no debiera dar quehaceres, como si no pudiera entrar más gente en la casa que abre puertas para todos, pero para abuelos y su descendencia sería un despropósito. Sin embargo, sí aceptamos que nos suba a las alturas y nos alabe, cuando nos acordamos de ella y de la de los demás al pasarnos en alabanzas sin tener abuela.
En la China actual hay más de doscientos millones de ancianos, pero no deja de ser un país que respeta al mayor, ese respeto nos llega de Confucio: “Si uno no demuestra respeto hacia los ancianos, ¿en qué se diferencia de los animales?”
Hay más de veinte ejemplos filiales, hasta las mismas autoridades proponen y actualizan los ejemplos de piedad filial, es decir, actuaciones que deben practicar los hijos para el cuidado de los ancianos como visitar a sus padres de vez en cuando. Antes de la pandemia se preveía que para el 2042 el 30% de la población china serían mayores. Pero no solo en China, en cualquier país hay gran preocupación por la asistencia a mayores, no faltan malas voces y peores augurios que nos hacen pensar, a veces, que no es casualidad que los virus lleguen ahora para quedarse y mermar la población de los ancianos. Otros ejemplos de piedad filial china a destacar son que el hijo enseñe Internet a sus padres por aquello de la brecha digital del mayor, incluso que entregue parte de su sueldo, si es necesario.
Hay muchos más ejemplos de piedad filial, 孝順 o xiàoshùn, que no se entenderían por aquí, al estar acostumbrados a que padres y abuelos nos saquen de apuros y ayuden en nuestras inversiones y caprichos, aunque luego los dejemos en residencias. La vida moderna nos conduce a elegir entre esos recursos como solución. De los hijos chinos se espera respeto, amor, bondad, buena disposición para cuidarlos, llorar su muerte, enterrarlos, visitar su tumba, no hacerles caer en vergüenza y ser dignos de la mejor moral y sociedad heredada de ellos. Hasta se llegan a deducir impuestos por la cantidad que los jóvenes entregan a padres y abuelos, así el gobierno ayuda a la tradición y ahorra. Otro ejemplo de piedad filial es que los jóvenes no contradicen a los mayores, aunque piensen de forma diferente en cuanto a política y valores, con tal de no molestarles. También se considera piadoso vivir con los padres tras casarse, sobre todo por acompañarlos. Los menores en China ceden el asiento en los transportes y admiran especialmente a la gente mayor tanto por su experiencia de vida como por su conocimiento.
En la India, otro país con mucha población millonaria de mayores, donde los cuidados estatales brillan por su ausencia, se castiga a los hijos con varios años de cárcel y una multa por no atender a los padres. Los abuelos son abandonados a su suerte, se convierten en vagabundos que después, posiblemente, serán recogidos a cientos por las calles.
Podríamos hacer un recorrido de cómo se les atiende a los mayores en el mundo, si protegiéndolos con papá estado, si amparándoles familiarmente, si dejándoles caer en su decadencia, olvidando que, por ley de vida, todos o muchos de nosotros llegaremos también a su mismo estado de falta de autonomía e independencia.
Aquí, en España, nuestros yayos dieron una buena lección pidiendo subida de pensiones, cuando durante años ese derecho le es negado, luego llegó la pandemia y volvieron al silencio. El miedo por sobrevivir los agazapa, como a todos, pero hicieron una buena campaña reivindicativa que jamás olvidaremos. Como otras cosas.
A veces, pienso que la sociedad para con los mayores se convierte en una gran pantalla de televisión que muestra lo feo de la vejez, de una piel no curtida, sino marcada por el tiempo, de unos ojos menos brillantes, de unas manos venosas con manchas; una cruel pantalla que no quiere sacar primeros planos y que si los saca es para demostrar que la persona de ahí no es atractiva, aunque sea sabia y cuente batallitas, si la dejan, aunque tenga una gran historia de vida, porque en esta sociedad de usar y tirar, mandamos muy pronto a los viejos al rincón de pensar, como si fueran niños sin autodeterminación, para que sigan pensando y hablando, aunque nadie oiga ni sus palabras ni preste atención a sus pensamientos.
Si sirven como abuelos-esclavos o abuelos-hucha, y si son expertos y útiles en algo, aunque lentos, que nadie les quite su poso y esfuerzo, que nadie les quite lo vivido y lo bailado.