Estábamos de vacaciones, podíamos levantarnos tarde, pero ella, mi abuela, madrugaba como siempre. Se aseaba, tomaba su pelerina más nueva para restar frío a la mañana y con su zorongo recién moldeado, se acercaba al banco o caja de ahorros. Era ésta una visita especial, por anual, a pesar de que cada mes hacía una visita parecida para cobrar la pensioncilla que le aliviaba el ánimo. Pero en diciembre, ese hábito se llenaba de otra ilusión que no tenía nada que ver con la cantidad cobrada, ni aunque fuera doble, que en esa época no se doblaban todavía las cantidades de la pensión ni por necesidad extra. Mi abuela volvía a casa con su dosis de frío, con toda su carga emocional en los ojos, tras haber saludado al señor director, miembro respetuoso y honorable, y es que en Navidad, ese señor atento a todos trataba con afecto para desearles suerte y un año próspero, prosperidad que a él también le iba. Mi abuela tras el anual encuentro llegaba cargada de ilusión por el nuevo año, además nos mostraba orgullosa el calendario que le habían regalado en el banco.
Los nietos más observadores se lo quitaban de las manos para verlo, después tocaba averiguar a qué lo dedicaban ese año: Figuras religiosas, animales, paisajes, casas típicas, plazas no menos esplendorosas, pinturas, esculturas…, y las láminas con ese brillo y olor especial que la imprenta y la linotipia marca para parecer mágicas mediante el tacto.
Eran calendarios físicos y coloridos, gustosos de ver y de tocar, destinados a correctos rituales en oficinas bancarias, que hoy día ya han perdido sus buenos modales, no es lo mismo que tú cojas un almanaque de un mostrador, un calendario sin apenas valor ni interés para la mayoría, ni siquiera preguntando con un tímido: “¿Puedo?”, a que el señor director te lo dé en mano y con el mayor agrado y la máxima educación y todos pongan en valor esa dádiva, que más parecía un acto romántico del XIX por su carga afectiva y de agrado.
Me acuerdo de esto ahora que he podido comparar dos nuevos calendarios del siglo XXI, del 2014, uno muy escueto y apenas sin color, quizá para demostrar que no hay ingresos ya para gastar en nimiedades como éstas, tan simple como poner un número y una palabra en cada lámina para adornar los meses del 2014, porque ya nos avisan por doquier que van a ser feos y duros, que el calendario avise. El otro, más optimista, con carga de color, con brillo y con la alegría del siglo XVI, generoso en tamaño y en calidad de impresión y papel, con imágenes realizadas por el fotógrafo, David Blázquez, artista salmantino especialista en la Ruta del Quijote, en Castilla-La Mancha y en Doménikos Theotokópoulos, El Greco, pintor de quien toma detalles espectaculares de sus cuadros, la mayoría de Museos e Iglesias de Toledo pero también de El Bonillo y Cuenca. Es que este año, lo dicen también los calendarios es el año del Greco, al cumplirse cuatrocientos años de su fallecimiento. Bonito almanaque, a mi abuela le hubiera gustado enseñármelo. Cosas de bancos.