Si acostumbran a llamar a sus hijas princesas desde que son bebés, deben saber que actualmente la sociedad exige a la mujer mucho más que llevar una corona brillante, joya o bisutería en la cabeza, a la hora del juego o del disfraz.
Y es tan grande la exigencia que, si las queremos bien, no deberíamos llamarlas nunca “princesas”, sino cualquier adjetivo que les preste autoestima y les dé seguridad y futuro.
A las niñas de hoy, hijas de madres médicas, maestras, farmacéuticas, auxiliares administrativas, ganaderas, bomberas, hosteleras, agricultoras, periodistas, artesanas, conductoras, profesionales, empresarias, políticas, se les pide no pensar en devaneos irreales que les pueden llevar a castillos o a palacios, quizá con problemas de mantenimiento. Es mejor que desde que piensan en lo que serán de mayores, tengan claro que los reinados se quedarán por las nubes y deberán posar muy bien sus pies sobre la tierra.
Las circunstancias obligan a la mujer moderna del siglo XXI a estar bien preparadas para asumir la agenda familiar, que diría alguna princesa, pero también la agenda profesional, económica, educativa y de todo tipo que hará que la mujer, lejos de convertirse en “princesa”, como hubieran querido sus padres, se deba convertir en mujer real, con empoderamiento y protagonista de sus decisiones. Una mujer capaz de situarse, bien por libre elección o por obligación, a la cabeza, miren que no digo “cabeza de familia”, pero sí de su unidad familiar tantas veces llamada monoparental, modalidad ésta que por la propia problemática de la pareja anda muy en auge.
La mujer es libre para crearse su propio reino social, sin necesidad de ser princesa que espera al príncipe de cualquier coloración envalentonado para darle hijos, siendo felices y comiendo algunas avecillas de final de cuento.
Ella deberá mejor ser capaz de criar esas mismas aves, siendo dueña y directora, por ejemplo, de un criadero o granja de perdices, o de una fábrica conservera de esas aves en escabeche. O de organizar una jornada de caza menor alquilando los cotos y el material necesario. O de venderlas en el mercado. O de todo eso junto.
Tradicionalmente, el mundo femenino se refleja en la literatura para niños y niñas, donde no debe haber estereotipos de género. El mundo de los cuentos infantiles está empezando a despertar de los viejos mensajes de historias clásicas. Ahora, comienzan a ser utilizadas protagonistas reales, mitos femeninos que han cambiado la sociedad, beneficiando a la mujer para que sea sobre todo fuerte en sí misma, segura en todos los aspectos, preparada desde pequeña para afrontar la vida sin algodones rosas que tapen su fortaleza y preparación física y psicológica de persona, capaz de llegar a donde se proponga, y en las mejores condiciones de vida, educando a sus hijos también en igualdad y sin coronas que les pesen, para que caminen sobre el duro asfalto con seguridad y no sobre alfombras, hoy blandas y mañana resbaladizas.
Hagamos entre todos a las niñas más fuertes, ha llegado la hora del “desprincesamiento”. Palabra que había que inventar, evidentemente.