Rodense, getafense, militar y poeta, buen cuarteto característico para un autor que toma una cita de Claudio Rodríguez para reafirmar sus versos: “La mañana no es tal, es una amplia / llanura sin combate, casi eterna, / casi desconocida porque en cada / lugar donde antes era sombra el tiempo, / ahora la luz espera ser creada”.
Y eso es lo que ha hecho Manuel Cortijo con su obra Los dones de la luz, de la editorial Lastura, intentar crear y dar la luz en sus escritos, ayudado primero por el prólogo de la profesora Rocío Alarcón que ilumina con guiños de Celaya y comentarios cargados de esperanza, de esperanza y futuro, dirían ambos.
Casi de una forma bíblica nos introduce el autor en la obra con el poema “En un principio” donde los sentidos se mezclan para poner “oído / a algún instante de la luz /”. O alcanzar “el olor de una música,/ de una música oíble que es la voz”. Pero para Manuel Cortijo la luz es la vida y la palabra y la sinestesia se doblega a los instantes iluminados por el poeta. Así, el poemario se divide en dos partes que atienden a la luz y a la palabra como binomio de vida, sin el cual nada tendría sentido.
En Instantes de luz, la claridad habla y por ello la busca el poeta, Cortijo no busca ni el fulgor, ni un fuego que abrase; la claridad y la profundidad de su palabra advierten al lector o escuchante de poemas que está ante una cantidad de versos infinitos que nos pueden llevar a entender los días propios de nuestra vida como si estuviéramos ebrios “de hacer / un todo con los días que esperamos, / los días sin hacer que nos esperan”.
La existencia se pasea por sus versos, pero se hace eco en nuestra propia existencia en cada rima, el camino particular del poeta se mezcla con la luz y con el viaje también existencial en el poema “Saber” y la sabiduría de la experiencia sigue empeñada en hacerse metáfora de la luz, esta vez de la luz de la tarde.
Este compendio o master de luz que nos ha elaborado Manuel Cortijo no lo ilumina todo, también tiene sus sombras, se pueden vislumbrar en los poemas “Lo que ignoro de mí” y Aspiración”. Es cuando se detiene el autor a medir su propia sombra, lo que ha sido o no ha sido en la vida, una especie de “alumbramiento para la ceniza”. El poeta mantiene un diálogo tan profundo con la luz, entendida como vida, que tiemblan nuestros labios al pronunciar sus versos “la luz que aún no he escrito, / la palabra”.
Y el dúo poético de palabra y luz se hace tándem lírico para reivindicar con él la vida y sus aledaños. “Es necesario herirme de palabras”, porque “necesitan un alma en que dolerse”. Y esa alma de las palabras se ha encontrado en los versos siempre iluminados de Manuel Cortijo.