La maldición clásica de Babylas

Los alemanes y holandeses las llaman maleficios. En cambio el mal de ojo está más extendido en los países del Mediterráneo. Hay expertos que saben de maldiciones, como los que piensan que la maldición de desear el mal de alguien no existe, pero también hay otros que, sin entrar en negros y cavernosos ritos, afirman que haberlas, haylas. Se diría que en los últimos años y, sobre todo meses, hay países que si no están malditos parece que no deja de mirarles un tuerto la silueta de sus mapas, con perdón de los tuertos y discapacitados visuales.

Pero ya es casualidad que varios países cercanos al Mediterráneo, herederos de culturas clásicas, hayan heredado igual un cruel destino económico, y aunque la culpa la tengan los mercados y el sistema capitalista que nos hace olvidar monedas nostálgicas e idiosincrásicas para someternos al capricho de unos números que no entendemos, que criticamos y que nos lleva a la ruina, pues se nos ocurre pensar que los insultados países PIGS (cerdos en inglés), siglas que curiosamente coinciden con los países ayudados y/o rescatados por los demás países más aseados, económicamente hablando, es como si alguien les hubiera echado el mal de ojo. Esas siglas nos hablan de Portugal, Irlanda, Grecia y España (Spain), y mal lo tienen. Hay quien ojea, con malos ojos, los peores vaticinios para ellos en el verano que comienza. A las peores pruebas nos remitimos cuando los políticos corren por Europa y Estados Unidos para salvaguardar la economía de las fieras y especuladores.

Hace 80 años fue hallada una maldición antigua escrita en una tablilla de plomo, lejos de ir contra un faraón (político de la época) estaba destinada a un verdulero, un educado comerciante, no vayan a pensar, que a juzgar por el montante de su negocio sería como una especie de propietario de Zara de la época, pero referido a lechugas y manzanas. Ya saben, la envidia es mala y el verdulero Babylas que vivió hace 1700 años en Antioquía dejó para los restos su maldición enemiga. El traductor nos habla de rivalidad comercial y de cómo se pide que caigan sobre él truenos y relámpagos. Si recuerdan la crisis del pepino y los brotes de soja, entenderán que también los vegetales de Babylas provocaron maldiciones muy clásicas.

La maldición llega a la moneda única cuando nunca debiera haber dejado de ser múltiple, para que cada uno lave en casa los trapos sucios. Los entendidos en maldecir dicen neutralizar una maldición con tres normas: No admitir que la maldición existe, rezar para ahuyentarlas, y, por supuesto, no maldecir a nadie para que lo negativo no se acerque a nosotros. Pues, ya saben, díganselo a quien corresponda para que no admitan este pesimismo, que recen lo que sepan y sean buenos y positivos para que la maldición clásica de Babylas no fluya por el Mediterráneo. Visto lo visto, es lo que queda.

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