Mucho se habla en teoría de lo público y denostado, y de lo privado, cercano a la excelencia, a lo bien hecho y no masificado. Es como si lo público fueran migajas del estado de bienestar que nadie se atreve a recoger del suelo, todos exigen y de ellas se alimentan. Es como si lo privado se relacionara con lo no va más, con el buen trato, con lo bien llevado. Grandes las diferencias entre lo público y lo privado a nivel de servicios sociales, de listas de quirófano, de buena o mala educación, de transportes, de carreteras, de envíos, de puestos de trabajo, de cultura…, sí, de cultura, en sus diferentes modos de expresión.
La cultura apoyada o vapuleada, libre o alimentada, libertaria o escondida tras el deseo de lo autogestionado. Esos jóvenes agentes culturales que se reúnen ocultos, porque sí, porque necesitan expresarse para explayarse de corrientes artísticas establecidas. La cultura alternativa lo mismo da fanzines que organiza un slam poético en algún barrio con la juventud por bandera. Los ojos y oídos atentos de si, entre poema y poema, dibujo y dibujo, alguien se salta las normas de lo que se entiende por arte y se une a lo establecido, o bien lo desprecia, lo critica y surge con ello una nueva corriente que en pocos años también será lo establecido. Es la rueda.
Si nos centramos en los actos literarios, vemos que se prodigan en lo público, no que se hayan servido de lo público en cuanto a prebendas, que en eso no vamos dados, sino que ha habido tantos actos públicos donde hemos tenido cabida, sálvese quien pueda si es que puede, que los actos públicos no han sido tales, lo público de una presentación de un libro o de un recital se circunscribe a los que han de salir a recitar o a intervenir, de ahí el éxito de los micros abiertos o libres; si no se abrieran, se perdería un público preciado que no es tal, sino parte activa y participativa del evento.
Alguien me recuerda un privilegio de visita privada a una colección de arte en museo público en hora no oficial. Me recuerda también a los salonniéres. Primero, los franceses del XVII reunidos en la Corte, pero después reunidos en privado. Durante años divertidos en lo artístico y coloquial.
Algo así se vive. Lo público, colapsado. Escenarios repetitivos, presentaciones de libros vacías. Poetas y escritores a miles por las calles, expresando su buen hacer sin dejar tiempo al lector para digerir letras, páginas, oportunidades…
Acabo de vivir uno de esos deliciosos actos privados de la cultura, refinado, informal, con artistas reconocidos, poca gente sabía del acto, menos aún de su difusión, es lo nuevo, artistas íntimos, sin querer contarlo todo, por chabacano o vulgar, por público y no real, postureos de redes sociales, escenarios con copas a buen precio. Actos privados de amistad para seguir soñando con lo diferente, con lo distinguido, con mensajes válidos. Los jardines y patios están servidos.