No todos los servicios a prestar o trabajos se pueden considerar iguales, lógicamente. No es lo mismo dedicarse a repartir ocio que a satisfacer necesidades vitales. No es lo mismo tener una panadería que un estanco. Ambos son comercios, ambos probablemente con un mismo horario. El pan tradicionalmente tan necesario, tan sano y nutritivo él, al margen de las consabidas intolerancias; el tabaco tan necesario y tan prohibitivo él, como adicción permitida por las instituciones y con red de ventas en todas las poblaciones, aunque al mismo tiempo con publicidad persuasiva y de doble moral, pues te avisa en la cajetilla de que su uso es criminal.
Toda acción u omisión de nuestras acciones tiene una parte buena y otra mala, así se equilibra un mercado donde lo importante es el buen uso que se le dé al producto, venta o servicio.
Desde hace un tiempo en entornos educativos nos llegan alertas sobre un servicio de ocio que quizá siempre estuvo cerca de las personas con peor suerte. Un servicio donde lo lúdico prima. La oferta de ocio siempre puede ser adictiva, pero la creación e instalación de establecimientos y lugares de apuestas y juego para menores están creciendo, según los medios y los expertos, muy peligrosamente.
Primero, un compañero advierte en un claustro del hecho de la ubicación de centros de juego para menores, cercanos a los centros educativos, institutos. Se colocan estratégicamente para tenerlos cerca, como filón de negocio entre clase y clase que se suspende o que ellos mismos suspenden. Un familiar en otra ciudad distinta me advierte que en ella ocurre lo mismo. Al habla con sus gobernantes nada se puede hacer, ¿seguro? ¿No se podrá subir la vigilancia? ¿Es lícito montar esos salones de juego, para menores, especialmente para adolescentes y jóvenes? Y como ha de ser lo suficientemente provocativo y publicitado, en el local primarán los colores, los atractivos logotipos e imágenes relacionados con los deportes, la juventud, los letreros de grandes diseños y colorido.
A veces, la sociedad o las mentes de negocios florecientes ofrecen vías de escape a los jóvenes que poco tiene que ver con los deportes o una vida sana. Si antes se mina su salud con adicciones como el alcohol, el tabaco y las drogas, un nuevo elemento muy adictivo se está instalando en sus espacios y en sus mentes, está creando moda, y les crea un peligro tal que lleva al adolescente incluso a robar a su propia familia para poder pagar sus deudas de juego.
Triste, muy triste, que se aprovechen de sus cortas edades e inmadurez para convencerles de que se lo pasarán bien y serán felices de por vida.
Jugar, a todos nos gusta. Desde la infancia, jugamos a juegos de esquinas, pero un juego sano y controlable. Si no hay control, no será divertido. Cuidado con los chicos y chicas y esos locales de esquinas cercanas. Juguemos a gusto, sin que sea un acto pecuniario, pero con ellos, si es posible.