Esa es la frase que oyen los niños al educarlos y guiarlos en su infancia en base a los derechos de sus iguales si hacen algo malo, como llevarse un juguete de otro niño a casa. En una democracia que se precie de consolidada, sus ciudadanos deben pedir perdón cuando las tropelías se suceden día sí y día también. Vamos a dos escándalos nacionales y corruptos por jornada, da la sensación que nos faltan días para estudiar tanta denuncia y querella, que faltan jueces, pese a los seis millones de parados, así algún juez se queja, se ve abrumado por la cantidad de asuntos que debe lidiar en su juzgado, y sus propios compañeros se ofrecen voluntarios para ayudarle.
Si el Rey, septuagenario da ejemplo, ya es grave que así sea, pidiendo perdón al pueblo, como lo hizo, incluso enfermo y vulnerable, por un quíteme usted ese elefante y otras faunas africanas y europeas; si a la banda terrorista se le exige ese perdón, pese a la gravedad de los asesinatos y parece que con eso queda arreglado; si a la Iglesia se le pide que busque el perdón entonando el mea culpa en púlpitos por los íntimos atropellos y violaciones de menores; si los gobernantes que dirigen la peor invención del hombre, como es la guerra, hincan la histórica rodilla para solicitar indultos, hora es de que los elegidos por el pueblo, los que deciden el destino de una nación sean lo suficientemente humildes y sensatos para ser eficientes, infalibles y, sobre todo, solicitar perdón si se demuestra que son culpables o ellos mismos reconocen que cometieron delitos de culpa económica, patrimonial, ética, social, moral, criminal o de falsedad, incluso sin pasar por los juzgados.
A veces, ese mismo perdón se vende barato, una foto publicada sin consentimiento, una imagen divulgada, una escucha ilegal, todo puede ser difundido si se pide perdón y se paga la consabida multa porque es menos de lo que ha generado la falta contra la privacidad de la víctima y se asume la fianza y el escándalo por la empresa amoral. Otras veces, el acusado se permite guardar pruebas del crimen para involucrar a más personas, amenazando, chantajeando desvergonzadamente a personajes poderosos, duplicando así su mala acción.
Los papás que andan en labores educativas y profesores, ahora en paro por ser prescindibles en este país de maleducados, deberían corregir a muchos de los responsables del poder y la economía, del presente y del pasado, decirles que pidan perdón y, por supuesto, que devuelvan el rico juguete, llámese millones de euros, o miles, que todo viene bien, y eso que nunca podrán devolver el trenecito de vida que han llevado a costa de la juguetería de todos llamada dinero público.
Puede que algunos recuerden a sus padres y maestros decir: “Pide perdón y devuelve el juguete”. Algunos han olvidado la honradez de sus ancestros y con su caradura perdieron nuestra confianza. Si tienen hijos saben que la vergüenza es una emoción que aparece a los dos añitos, cuando ya se juega con juguetes propios y ajenos, con vergüenza ajena comprobamos que, a muchos, esa condición les ha desaparecido.