Tres cabañas: Turismo, síndrome y del tío tom

            Variadas y totalmente distintas son estas cabañas que os traigo, se están dando en un mundo que empieza a tomar las riendas de su propio futuro vital y sanitario.

            La primera es la cabaña turística, la que se ofrece, la que se acaba como no te des prisa y te deja sin vacaciones. La que se quiere alquilar al turismo de interior y al internacional, y hasta se compara en su ambición de estío con el hotel de playa. Es una cabaña sencilla, a menudo como las de los campamentos infantiles, casi siempre de montaña, donde la madera tratada no deja para nada que se quede el coronavirus en la superficie durante días. Dentro, protegen y fuera, aportan la seguridad que buscamos del aire fresco, libre de enfermedad.

            Bien por la cabaña turística al aire libre. Bien por el agroturismo y turismo rural. Bien por la economía de ocio y de madera. Bien por la llanura interior y la montaña.

            La segunda cabaña es la asociada al síndrome, al síndrome de la cabaña, con o sin letras mayúsculas, a la falta de salud mental. Es decir, al temor a salir ahí afuera, a querer quedarnos en nuestra área de confort, la que antes, poco antes del confinamiento, se rechazaba caprichosamente para disfrutar nuevas experiencias, a hacernos fuertes, emocionalmente experimentados, capaces de darnos a nosotros mismos la mejor lección de defensa. El síndrome está ahora cerca, nos rodea, con sus miedos de dibujo de corona de colorines pintado por algún niño asustado para naturalizar su encierro; simplemente es un síndrome de aceras prohibidas, no queremos salir a la calle, ni a la compra, ni visitar a familiares. No importa que haga calor y tengamos buen tiempo para disfrutar de la naturaleza, porque ahí también nos espera el bicho invisible que hace estragos.

            Mal por esas cabañas que se adhieren a las ventanas y habitaciones, se dejan asomar un poco a las terrazas, o se visibilizan algo en los patios, aunque quizá no sean tan malas si nos llevan a la precaución y si realmente afuera aún sigue el virus haciendo de las suyas para aterrarnos.

            Y para finalizar, pero no menos preocupante, una cabaña que no acaba de desaparecer, la del tío Tom, la obra de la poeta estadounidense, escritora de literatura infantil y novelista Harriet Elisabeth Beecher, novela publicada en el siglo XIX que nos habla de lo ya no debería existir, mucho menos agravando las pandemias, algo que pensábamos que andaba abolido, es el racismo imperante de la cabaña, el que nos lleva a recordar al esclavo cristiano Tom pero también nos hace confirmar que transcurridos varios siglos aún existe el racismo y el esclavismo.  Tres cabañas muy diferentes de protección o desprotección del siglo XXI.

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