Se acerca la Navidad y las noticias malas o buenas se suceden como en todas las navidades y, sin paga extra para miles de nosotros, mucho más.
Escuchamos contentos que algunos funcionarios vascos, navarros y extremeños sí reciben su paga navideña; bien por ellos, más turrón para todos pero con desigualdad. Malhumorados leemos que las personas enfermas y con discapacidad abonarán un alto copago por ayudas técnicas como sillas de ruedas y muletas, que las universidades catalanas elaborarán sus propios exámenes de selectividad, que en China un perturbado mata a veintidós niños en una escuela, que una mujer malagueña se suicida desesperada por un desahucio al tener que dejar su estanco de toda la vida por cuidar a su madre dependiente, pero también que el Obispo de Lérida cede un viejo seminario para alojar a desahuciados. Tan mal estamos, que hasta las postales navideñas nos llegan vacías, sin mula, sin buey, como nos sugiere el Papa, pero también sin Niño, sin Virgen, sin Ángel ni San José. Hay que echarle humor, los personajes del Belén se suprimen como profesores, se desplazan como funcionarios, o son interinos que ya no sustituyen a los verdaderos del pesebre y los belenes son viviendas desahuciadas de portales bancarios.
Y si es poco, con la madrileña remuéveda (este vocablo mejor lo encontramos en pueblos y diccionarios manchegos) de salas para organizar eventos, todavía no hay lugar para organizar el sorteo de lotería de diciembre.
Con tanta necesidad, el historiador danés Esben Brage localiza un primer cuento de Hans Christian Andersen, de los más de 150 que escribiera el padre de la literatura infantil, por quien el día de su nacimiento, 2 de abril, celebramos el Día Internacional del Libro Infantil. El autor de El patito feo, La sirenita o El traje nuevo del emperador, escribió con 18 años el cuento La vela de sebo, y una copia del original que él escribiera lo regaló a la familia Plum, y ha sido encontrado en sus pertenencias. El experto traductor de Andersen, Enrique Bernárdez, nos facilita la traducción del cuento, y la verdad es que nos viene bien para sortear tiempos de crisis. La historia de una vela sucia, grasosa que no encuentra su identidad, una vela fea, negra y en crisis pero que guarda en su interior todo lo bueno de las velas, cuando se encuentra con una cerilla se da cuenta que tampoco ha perdido tanto en su apariencia, pues arde como una vela limpia y normal.
Con su mensaje moralizante y simbólico, la vela de Andersen nos da ganas de vivir, nos recuerda que de niños un cuento infantil contado por una madre era un gran regalo que se quedaba para siempre en nuestra memoria, en mi caso, los Siete cabritillos y el lobo, de los hermanos Grim. Pero apenas teníamos juguetes, quizá deberemos valorar otras cosas y cambiar tantas otras. En cualquier caso, las velas son románticas, navideñas y, si pensamos en la penalización por gastar más electricidad del año próximo, las velas son hasta económicas. La literatura siempre nos salva.