Geolocalizados

Da miedo. Estamos geolocalizados, si así se entiende la capacidad para obtener la ubicación geográfica real de un radar, GPS, teléfono móvil u ordenador conectado a Internet o a la persona que los porta. Es un concepto nuevo sobre la ubicación geográfica y automática. Antes estos datos se capturaban y almacenaban para resolver problemas de gestión y planificación, ahora se utilizan alegre y gratuitamente para almacenar y analizar datos privados del usuario gracias a la comunicación.

Así es la tecnología, adelantada a leyes y a privacidades. En un mundo global, la técnica se puede retrasar por continentes, pero el consumo incesante la convierte en puntual en todos los rincones. Los aparatillos móviles nos hacen la vida sorprendente en cuanto a comunicación, ocio y entretenimiento, puede que también en lo social o en lo no social, pero nos quitan una pizca o un mucho de intimidad.

No es cosa de policías y ladrones, ni de detectives, como cuando la autoridad localiza llamadas y lugares visitados con el móvil del delincuente. Miedo da comprobar cómo Google guarda los sitios visitados durante meses y años, ¿así quién quiere agenda? Te los registra puntualmente en un mapa que puedes ver y comprobar los pasos, con lugares y fechas. Ahí aparece el control de actividad, siempre que tengas una cuenta Gmail. Es todo un informe de movimiento personal y privado, privado sí pero compartido con los gigantes de la información asegurándote que son datos a los que sólo tú puedes acceder, pero ellos los registran y conservan en función de la utilización del móvil, sea para hacer llamadas, para usar Wi-Fi o cualquier otro servicio de telefonía. No es que Facebook te pregunté cuál es tu ubicación y tú, si quieres, se lo digas; o preguntes ¿dónde estás?, como se hacía con los primeros móviles, ¿recuerdan?, era la respuesta más importante que esperábamos del otro lado. Ahora, se trata de que si alguien conoce nuestra contraseña de Google podría conocer nuestros locales comerciales preferidos, restaurantes, gasolineras, abogados, clínicas, hospitales, bancos, hoteles contratados, centros educativos, lugar de trabajo, horarios, espacios de ocio más o menos comprometidos, pequeños comercios visitados y toda una serie de datos de los que vamos dejando huella y rastro. Ya no necesitamos que un policía pida permiso a un juez para saber nuestros secretos, con una cuenta de correo electrónico cualquier avispado hacker podría llegar a todo un historial de ubicaciones de nuestro aparatillo, ése que no nos deja estar a gusto con los amigos, o cruzar un paso de peatones como se debe por la calle.

La ciberseguridad nos delata y se chiva cuanto quiere: si utilizas tarjeta de pago en la cafetería X, tomas el metro en tal esquina, o paseas por el boulevard nº 7, todo quedará grabado digitalmente. Ya hay empresas dedicadas a la seguridad digital que alertan que la nueva aplicación para jugar al Pokémon Go puede exponer información privada y hacerla pública, lástima que estos medios no se utilicen para investigar a quien lleva maletas a los paraísos fiscales. Perderíamos el miedo a la vía satélite.

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