Concha Velasco y el Corral de Comedias

Pasé al teatro, me guiaron hasta un palco de prensa, me acomodé en una preciosa silla de terciopelo rojo como los zapatos que le gustan a ella, como el color de su lápiz de labios, el color que nunca dejará de utilizar.

Pero debíamos estar sentados en una silla de enea de ésas que dicen los eruditos que son incómodas y que yo siempre he defendido, incluyendo su incomodidad, en el Corral de Comedias; pues muy grande es la satisfacción de estar en un viejo teatro del Siglo de Oro, cuanto mayor es imaginar a los viejos espectadores repartidos por la cazuela, por el patio, por la alojería, por los reservados de las celosías…

Hubo lluvia y tormenta en Almagro y todos corrimos a refugiarnos en el también viejo teatro neo-grecorromano del siglo XIX, del arquitecto Cirilo Vara y Soria, restaurado por Miguel Fisac.

Mejor si Concha Velasco hubiera lucido sus zapatos rojos pisando fuerte el empedrado y los dibujos geométricos del Corral de Comedias, porque lo echaba de menos. De más joven, ya que ella siempre es joven y no pertenece ni pertenecerá nunca al “Cine del Otro Barrio” como recordó entre risas, sino al barrio de todos los actores y profesionales que la quieren y admiran; de más joven,  decía, se daba una vuelta por Almagro, por el Corral, por la Plaza, por el Parador y escondía sus primeras relaciones amorosas con el padre de sus hijos. Así lo confesó a los dos, cuando habló al respetable con generosidad, gracia y simpatía. También para su nieto Samuel, sentado en la primera fila, tuvo un bonito mensaje al citarle el cuento de Pinocho, del Hada Azul y de las conciencias limpias.

La abuela guapa, la guayabera y el peligro de extinción, es en realidad como debería llamarse este escrito porque esas fueron las palabras y expresiones que utilizaron cariñosamente los intervinientes en el acto de entrega del premio más importante de teatro.

Pero hay tiempo para todo, hace años Concha venía a Almagro de turismo o como espectadora, y nunca se subió a las tablas del Corral de Comedias a trabajar, el mal tiempo ahora tiene la culpa de que no pueda recoger ahí su premio.

Pero se desquita con su Reina Juana y se le hace justicia, de momento se rodea de las máximas autoridades de la cultura, de un ministro, Iñigo Méndez de Vigo, que viste de blanco y guayabera no protocolaria; de un consejero, Felpeto, cuyo apellido rima con el nombre del padre de Pinocho; de una directora del Festival, Natalia Menéndez, hija del compañero de películas; de una compañera de camerino y plató graciosísima, Beatriz Carvajal, que habló sin chuletas; de un alcalde de ciudad cultural, Daniel Reina, quien le dio un beso no protocolario; de un escritor y crítico teatral, Ignacio García Garzón, que no siempre le hizo buena crítica; de un presidente de Diputación en peligro de extinción que nadie desea que se extinga y de Gerardo Vera, director del espectáculo Reina Juana. Todos de buen humor y en armonía, lo que no haga la cultura y el teatro…

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