La importancia del trabajo debería ser siempre la justa, ni tan importante que no te deje vivir y disfrutar de otros aspectos de la vida, ni tan poco importante que te impida vivir como un ser humano, porque trabajos hay o no hay según las circunstancias laborales del tiempo y de la historia, del lugar, de la seguridad, de la formación, de la oportunidad y de la suerte que nos acompaña a lo largo de nuestra vida, laboral se entiende.
Así, nuestro trabajo realizado va a tener la importancia que cada uno quiera darle, en aras de la pasión, vocación, obligación y retribución que lleve aparejada. Pasión, vocación, obligación y retribución, estas cuatro palabras van a ser muy importantes en cada ocupación encontrada y en sus atractivas llamadas.
Recuerdo a una niña de cuatro años, lavando ropa en el patio, en pila de piedra, como juego simbólico, imitando a su madre… Hace tiempo se lavaba al sol, al aire libre, al lado del río, por la mujer, claro, profesionalmente eran las lavanderas; no era extraño que ella, la madre, al ver que su pequeña ya apuntaba maneras de niña hacendosa y dispuesta, buenos calificativos en los prolegómenos de cualquier contratación, ya sea profesional o personal, se felicitara del desparpajo y buena disposición de la niña, ilusionándose en buscar un buen marido o un mejor futuro laboral, viendo el jabón casero embadurnando en sus manos. Eran tiempos en los que no estaban generalizadas las lavadoras, ni las secadoras, ni muchas máquinas e inventos posteriores acabados en “…doras”.
A esta niña, estoy segura, le contaban el cuento de la mal llamada princesa Blancanieves, esa auténtica ama de casa, empleada de hogar, feliz por trabajar junto a tanto hombrecito y feliz minero, a juzgar por la canción que los siete pequeñajos de los silbidos entonaban. No es de extrañar que la canción del “Ay job, ay job” haya competido con la canción de Luis Aguilé “Es una lata el trabajar” o con la de Mecano “Hoy no me quiero levantar” en cuanto a conceptos empleadores.
Y es que canciones para animarnos o desanimarnos en el trabajo hay muchas. No hay más que bucear un poco en el anaquel del esfuerzo y comprobar cómo las tareas del campo y las minas, no sólo para enanitos, han sido un buen caldo de cultivo para multiplicar melodías y hacer famosas las canciones del trabajo y la esclavitud, como por ejemplo las espirituales americanas. También aquí, en nuestro país, las canciones labradoras, los cantos de arado, las yunteras, las trilleras, las canciones panaderas, las de siega, los cantos de fragua, etcétera…, han contribuido a que el trabajador de sol a sol, produjera más y mejor, al ritmo alegre de una canción.
Doy fe que esa pequeña juguetona e incipiente lavandera descubriría después otras canciones famosas del trabajo, al tiempo que sufría en sus propias carnes las alegres y rítmicas tonalidades del sol a sol cantadas por sus compañeros. Canciones como la de “Soy minero” de Antonio Molina, “La canción del trabajo” de Raphael, “El Dorado” de Revólver, “Manuel” de Joan Manuel Serrat, “Duerme negrito” de Zitarrosa… Temas musicales que son todo un alivio mientras pasamos penalidades.
Y es que extrañamente hay trabajos donde se puede cantar como en el campo, en algunas fábricas y donde no, como en algunas oficinas. Verán trabajos importantes como el mío y menos importantes como el suyo. ¿O mejor al revés? Trabajos tristes como el de enterrador de un pueblo y trabajos alegres como el actor que cuenta chistes. Trabajos útiles como el del panadero y aparentemente inútiles como el del barrendero de un parque de caducifolios en otoño. Hay gente que cambia de trabajo y se hace más importante como José y David, quienes tras escuchar del encargado de la fábrica catalana de coches donde trabajaban que le dieran estopa, deciden llamar así a su grupo musical y pasan de soldar motores y hacer salpicaderos de los automóviles, a realizar cientos de conciertos por todo el mundo. No sé. ¿Son ahora cantando más importantes?
Luego hay trabajos solidarios como el de los voluntarios de cualquier ONG, y los insolidarios fabricantes de armas; hay trabajos en crisis como siempre han estado los profesores y maestros, y los que están en alza también con la crisis como los compradores de oro y los chatarreros. Luego están los trabajadores itinerantes que viajan de aquí para allá, sin conocer nunca bien a sus compañeros, o los trabajadores de un solo sitio para toda la vida que se relacionarán inequívoca e históricamente con ese lugar, mesa y silla. Pero también existe el empleo de las personas que entran a trabajar jóvenes en una institución o empresa y ahí siguen tan campantes hasta que salen, por la misma puerta, mayores, jubilados y jubilosos.
Hay quien trabaja a gusto como tú, como yo y ustedes los lectores, y quien trabaja a disgusto como la persona que tiene enfrente, (bueno, no estoy segura), incluso hay quien colabora de forma obligada por la paga como el niño y el adolescente. Hay curros bien pagados como el de los futbolistas de élite y los impagables, (es mi opinión), el de los bomberos, médicos y enfermeras. Hay trabajos calentitos, buenos para el invierno como el de los planchadores y fríos para ese mismo tiempo como el de los pescaderos. A veces, hay que cambiar de país para trabajar y eres el último emigrante o sirves de guía en tu propio país para el sin papeles que llega. ¡Casi nada la diferencia!
Hay trabajos para realizar sentados como el de los conductores y zapateros o para estar siempre de pie como el de los peluqueros y los azafatos. Hay empleos muy estresantes, la mayoría, y otros más relajados, los menos. Hay trabajos con derechos o torcidos. Hay trabajo sumergido o demasiado elevado. Lo hay reducido. No regulado. Injusto. Gratuito, no remunerado. Hay trabajo… sí, no lo dudo, pero a pesar de estar escribiendo, estoy en el paro.